¿Quién tiene la culpa?

martes, 5 de febrero de 2013 · 14:25
MÉXICO, D.F. (apro).- Pues sí, estimados lectores, como ustedes no lo ignoran, la palabra… ¿fue Esopo quién lo dijo?... es la mejor y la peor de las facultades de la especie humana, ella, como ninguna otra, nos distingue y separa de los demás animales, y el hombre la aprecia tanto que el pensar religioso no duda en afirmar que es de origen divino incluso, Juan, el evangelista, por ejemplo, afirma en su mensaje: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios”. Siendo así, ¿cómo es posible que de ser lo más sublime, lo mejor de nosotros, pueda convertirse en lo peor? Sencillo: porque de ser esencialmente divina, la usamos los humanos, pecadores y por ello inclinados a la malicia y en consecuencia no faltan y más bien sobran los que piensan y hacen uso de la misma con la idea de que “la palabra se le ha dado al hombre para que pueda encubrir sus sentimientos”, según frase que se atribuye a Talleyrand, diplomático francés, primero obispo, después revolucionario al servicio de la Revolución Francesa, de Napoleón y, a la caída de éste, de los Borbones en la Restauración de la Monarquía… y que a todos traicionó, primero a la Iglesia, al Imperio y a la monarquía restaurada… de este diplomático traicionero, Napoleón dijo que “era una media de seda rellena de mierda”… ¿con razón y sin razón? ¿Cuál es su opinión al respecto? Claro, no todos los humanos son como Talleyrand; por fortuna los hay que piensan todo lo contrario, como José Martí, quien pensaba y escribió: “La palabra no está hecha para encubrir la verdad, sino para decirla”. A propósito de lo anterior, permítanme, estimados lectores, que les haga una pregunta impertinente: ¿A cuáles de estas dos clases de hombres pertenecen ustedes? Si no pueden decírmelo por no estar seguros de la respuesta, no se avergüencen y mucho menos se angustien, pues la pregunta, como descubrió Sócrates hace más de dos milenios y medio, es la pregunta de las preguntas, al verla escrita a la entrada del templo de Delfos. ¿Cuál es esa pregunta madre, por así calificarla? La siguiente y que ustedes, estimados, no ignoran: “Conócete a ti mismo”. Y ciertamente, la frase que forman estas cuatro palabras están preñadas de gran sabiduría, ya que solamente escrutando el propio magín, analizando profundamente su propia individualidad, le es posible a las personas descubrir quién es en realidad, y así seleccionar las reglas de conducta que lleven a su vida hacia su realización e incluso felicidad. Ante lo expuesto, considero que es igualmente legítimo preguntarnos por qué existe tanta pobreza, tanta hambre en el mundo: porque en la globalidad en que vivimos, que presume de democrática, incluyente y respetuosa del individuo, de equitativa y hasta de justa, la riqueza se está concentrando cada vez más en menos manos, se imponen reformas laborales que, en esencia, más favorecen a los patrones, que son los menos, y se hacen reformas educativas que eliminan de la enseñanza secundaria y preparatoria materias como civismo, ética e historia e incluso geografía. ¿Será sencillamente porque, como aseguraba Sócrates y piensan otros filósofos de su línea, los humanos que tal hacen no saben lo que llevan a cabo? Aclarando: o sea, que si existe el mal, si hay humanos que realizan acciones que perjudican a tantos y tantos de sus prójimos, lo hacen simplemente por no conocerse a sí mismos, por ignorancia de lo que son, porque no saben lo que es el bien, el ejercicio de la virtud, por lo que no pueden ser virtuosos porque, precisamente, la felicidad está en la virtud, en querer saber lo que es bueno para el hombre y llevarlo a cabo. Bien, puede ser por eso, por falta de virtud, que se dé tanta iniquidad en la globalidad que vivimos, puede… pero no hay que olvidar que hay estudiosos de la misma que afirman que la culpable es la ideología empresarial que mayormente la conforma y la dirige, en su creencia de que la economía poco o nada tiene que ver con la ética; en su fanática fe de que el remedio a las angustiosas necesidades que sufren tantos, está en la producción de la mayor riqueza posible; igualmente en su ciega credulidad de que el vicio del egoísmo individual es el mayor y mejor contribuyente del bien colectivo, pues como dijo uno de sus ideólogos hace más de 300 años, Bernard de Mandeville, en su obra La fábula de las abejas: “Dejad, pues de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Si el fin es el enriquecimiento, el arte consiste en usar los medios del fraude, el lujo y el orgullo para gozar de sus beneficios. Si lo que se busca es la abundancia, la virtud sola no puede hacer que vivan las naciones esplendorosamente. Para cerrar la presente: los ignorantes, que por no conocerse a sí mismos no conocen la virtud y por lo tanto no pueden ejercerla… los egoístas que, por satisfacer su ego, son capaces de toda corrupción… o los tontos que se esfuerzan por hacerla honorable… ¿quién entre todos ellos son los culpables de los angustiosos problemas que padece y nos produce la globalidad en que respiramos? Estimados lectores: ¿Cuál es su opinión? Que Dios nos ampare a todos, como es mi sincero deseo. LIGORIO D’REVUELTAS

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