'¡Es la reforma cultural, Presidente!” (*)

jueves, 14 de diciembre de 2017 · 19:11
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Preguntar a un funcionario cultural en los años 70 sobre el costo de un evento o de un proyecto, o interrogarlo sobre el presupuesto de un festival, se tomaba como lo que hoy llamaríamos “políticamente incorrecto”. Era casi una descortesía. Nuestro amigo Eduardo Cruz Vázquez, en su introducción al libro al que amablemente nos ha invitado, expone justamente las diferentes transiciones que ha habido desde la Presidencia de López Portillo, que son las que nosotros como periodistas culturales de la revista Proceso hemos consignado en buena medida. Así, el trabajo de Eduardo y su empecinado equipo del Grupo de Reflexión sobre Economía Cultural (Grecu), de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), y el libro mismo que nos reúne esta noche, son el resultado patente de cómo los elementos economía-cultura ya no pueden mantenerse desvinculados. Y, más aún, son asunto fundamental para la construcción de un proyecto nacional construido con la sociedad y de manera pública. Proyecto que se exige inaplazable desde las páginas de ¡Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio, 2018-2024. Y es que para redondear más esas transiciones, me gustaría comentar otra idea que también ha ido cambiando hasta hoy, pero que el Estado todavía no ha asimilado. Lo contaré desde una anécdota personal, si se me permite: La oferta cultural de los años 70 para nada tiene que ver con la de hoy, al igual que el periodismo cultural. En vísperas de fin de año, resultaba difícil conseguir información para la página cultural de Excélsior, que otro Eduardo, pero Deschamps, fundó como “Olimpo de México”, la primera diaria en un periódico nacional. Sin embargo, un museo permanecía abierto, el de la Ciudad de México, que dirigía el maestro Federico Hernández Serrano. Entrevistarlo aseguraba la nota informativa del balance del año y el proyecto para el siguiente. A la entrada del museo había una inmensa foto, magnífica, de la glorieta de Bucareli y Reforma, destacando la estatua de El Caballito, pero ya desfasada, pues para entonces, en la realidad, la escultura de Tolsá empezaba a verse cada vez más pequeña, no sólo por la construcción de nuevos edificios alrededor, sino por la proliferación de autos (como ustedes saben, en el sexenio lópezportillista sería colocada frente al Palacio de Minería, donde recobró su dimensión y belleza). Se le interrogaba al profesor Hernández Serrano por qué el museo no reflejaba la realidad actual de la ciudad, pues se estaba deformando un espacio cultural. Y él respondía: “A la cultura mexicana no le pasa nada, porque es como un roble”. Paradójicamente, es la idea con la cual nuestros representantes oficiales entregaron el cine al gigante de Hollywood en el Tratado de Libre Comercio de hace casi 24 años. La información que publicamos en Proceso en relación a la histórica exposición México, 30 siglos de esplendor en el Museo Metropolitano de Nueva York en 1990, apuntaba a que la cultura se estaba utilizando como “caballo de Troya” para abrir paso al TLC. Más tarde, cuando editamos con la UNAM y Editorial Grijalbo el libro México: Su apuesta por la cultura, en un apartado que llamamos “Atentado”, lo contamos al entrevistar a Víctor Flores Olea, que había sido presidente de Conaculta (entonces órgano supremo de la cultura oficial). Ahí dijo que durante su gestión envió memorándums a la Presidencia y a la Secretaría de Comercio alertando sobre los excesos, sin recibir contestación, a pesar de que Canadá sí manifestó resistencias, al grado de haber dejado fuera la materia cinematográfica. Nos ha tocado como periodistas, en 40 años, ser testigos en el ámbito cultural de los cambios sexenales que se han dado en instituciones como el INBA o el INAH, sujetos a las decisiones presidenciales, como cuando tuvo que salir el director del primero, Juan José Bremer, por un asunto relacionado con la esposa del presidente, cuyos abusos de autoridad fueron documentados, como haber superpuesto en dinero y decisiones un organismo al INBA, el Fonapas, justo como sucedería más tarde con la duplicidad absurda del Conaculta. Proceso ha estado presente con su cobertura en esos vaivenes y transiciones sexenales y ha sido un espacio abierto al debate cultural. Muchas de las voces que colaboran en este nuevo libro publicado por Editarte (que dirige Francisco Moreno), han sido recogidas en sus páginas de la sección cultural. A riesgo de no mencionarlos a todos, cito al propio Cruz Vázquez, Raúl Ávila Ortiz, Tomás Ejea, Javier Esteinou, Ricardo Fuentes, José Manuel Hermosillo, José Antonio MacGregor, Eduardo Matos Moctezuma, Antonio Mier, Eduardo Nivón, Alejandro Ordorica, Alberto Ruy Sánchez, Marta Turok, Víctor Ugalde… En ese contexto, considero que el libro es oportuno, porque al margen de estar de acuerdo o no con las cuantiosas propuestas que aquí se plantean, es un llamado a los políticos, especialmente a aquellos que tendrán en sus manos la toma de decisiones de alto nivel en los próximos años, para que se involucren con los temas y los problemas del sector cultural. En un apartado final, creo que haber enlistado las más diversas propuestas, en un trabajo de mi colega Judith Amador Tello, resulta un acierto muy significativo, es un plus del volumen. A mí me funcionó para estas líneas que les comparto, como una guía. Me llamaron particularmente la atención aquellas propuestas relacionadas con la labor que deberá realizar el legislativo para reconocer a la cultura como una actividad estratégica y prioritaria, como un proceso social en el cual el Congreso debe velar por los derechos de los ciudadanos más allá de las estructuras de gobierno. Crear comisiones de cultura en las cámaras legislativas locales es asimismo fundamental. Otro aspecto que quiero destacar es el tema de diversificar las muestras y manifestaciones de la cultura mexicana en el extranjero, no porque lo que tradicionalmente se ha llevado -infinidad de exposiciones sobre mayas, aztecas, Diego Rivera, Frida Kahlo, no sea importante, al contrario-, sino porque México tiene una riqueza cultural inagotable que también debe darse a conocer en toda su dimensión, y no sólo encajonada al servicio de los intereses comerciales privados. Este tema ha sido ampliamente abordado en la revista, pues como se plantea en el libro, no es necesario ocultar los problemas del país o mostrar una imagen falsa. Nunca sabemos con qué criterio las autoridades culturales deciden las “políticas” para que ciertos artistas y no otros nos representen, al igual que sucede en los espacios urbanos con el arte público. Y qué decir de la imposibilidad del INBA para defender el patrimonio arquitectónico del siglo XX. Mientras nuestra arquitectura contemporánea brilla en una Bienal como la de Venecia, la Ciudad de México hoy es víctima de la destrucción sistemática, incluso de edificios protegidos por el INAH, como sucedió con seis casas del Centro Histórico derruidas sin razón por el gobierno capitalino en el régimen pasado, o la indefensión del INBA para la Casa Barragán de Tacubaya. Hay que mencionar además otra idea que desde nuestras páginas también ha recibido respaldo: la necesidad de que los artistas cuenten con seguridad social. La propuso la actriz María Rojo siendo legisladora y hasta el momento no ha tenido respuesta positiva ni en el Congreso ni en el Ejecutivo, pese a que se ha repetido el caso de varios artistas que enferman y mueren sin asistencia médica, y es la propia comunidad artística la que se organiza para ayudar con conciertos y donativos. Recordemos el caso de la propia Elena Garro, a la cual el Conaculta, entonces presidido por Rafael Tovar, apoyó, sin una ley, de manera discrecional… Es uno de los temas que deben llevarse al debate y atenderse por los legisladores o los gobernantes en el próximo sexenio. No pueden quedar fuera propuestas como la protección de los derechos de las comunidades para evitar que se utilicen arbitrariamente los elementos de sus culturas, sus productos, sus artesanías, en beneficio de empresas o personas sin que esas comunidades reciban ningún beneficio. Lo dicen Marta Turok y Juan Carlos Reyes al señalar que es ya inoperante el marco legal de la propiedad intelectual e industrial, pues no abarca los derechos colectivos y deja a las comunidades en un estado vulnerable. El libro, pues, ofrece en cada texto una serie de diagnósticos, presentados de manera breve, sobre temas tan diversos como la política cultural, el presupuesto, las culturas populares, la diplomacia, el patrimonio, la música, la ciencia, las artes plásticas, la participación ciudadana, las instituciones, la tecnología, en fin, con propuestas para mantener, conservar, innovar nuestras culturas nacionales como país multicultural. Por más dolorosa que sea nuestra realidad, debemos afrontarla. No podemos vivir de mitos. Y como apareció en el número actual del semanario, ¡Es la reforma cultural, Presidente! aparece cuando está a punto de arrancar el proceso electoral del 2018. Ojalá y este trabajo sin parangón, este decidido esfuerzo, sea verdaderamente un instrumento de consulta para quienes aspiran a ocupar un puesto en el próximo gobierno y que contribuya a elevar el debate cultural. ¿Qué le pasa a este país que considera que su cultura es un roble para que éste sea uno de los últimos temas abordados por los candidatos, por los partidos políticos, y que en ocasiones apenas se toca sólo en las campañas? En el prólogo al libro citado, México: Su apuesta por la cultura. El siglo XX, testimonios desde el presente, el insuperable, añorado historiador Guillermo Tovar de Teresa escribió en 2003 estas palabras inquietantes: “El siglo XXI nos presagia un desmantelamiento, el término de una Edad de Oro en la cultura nacional. El pragmatismo, lo convencional, la banalidad y otros comportamientos similares, nos dan la pauta de ese fin (…). En otra vertiente, los signos son esperanzadores, pues existen facciones en México dispuestas a reconquistar esa fuerza ininterrumpida. “A quienes vivimos esa Edad de Oro (…) no nos queda otra que recordarla y renovarla, apoyados entre quienes así lo entienden, para mantener ese bien común que es habitar en un alma propia, universal y creadora: el alma mexicana”. Y una cita final: Esperemos, como dice Eduardo en su introducción, “que este proceso de sucesión presidencial sea diferente… y que el primero de diciembre de 2018 inicie una nueva etapa en la vida cultural de la nación”. *Texto leído por el editor de la sección de Cultura de Proceso en la presentación del libro con este nombre, el 6 de diciembre en la Casa Rafael Galván de la UAM, en una mesa redonda integrada además por Eduardo Cruz Vázquez, el coordinador de Museos en Yucatán Jorge Esma Bazán, la expresidenta de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados Kenia López Rabadán y el editor Francisco Moreno.

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