Cine

Citizen Mank

La falta de acción aparente en "Mank" puede despistar a los admiradores del director de El club de la pelea (1999), que reproduce, a manera de facsímil, el estilo de una película en negro y blanco de principios de los años 40.
sábado, 26 de diciembre de 2020 · 15:55

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En una entrevista con The New York Times, David Fincher declara, a propósito de Mank (Estados Unidos, 2019), que su intención era hacer una película acerca de un hombre que renuncia al crédito de su trabajo y que después cambia de opinión; el breve comentario señala el eje del laberinto que construye esta cinta, producida por Netflix, cuya falta de acción aparente puede despistar a los admiradores del director de El club de la pelea (1999), y que reproduce, a manera de facsímil, el estilo de una película en negro y blanco de principios de los años cuarenta.

Herman Mankiewicz, alcohólico y jugador compulsivo, dramaturgo y guionista atraído desde Nueva York por la fiebre del oro de Hollywood que sedujo a escritores de la talla de William Faulkner, escribió el guion de Ciudadano Kane por encargo de Orson Well en 1940. Se acordó que Mank, como le llamaban de cariño, participaría como escritor fantasma, y Orson Wells, el niño prodigio de la RKO, se haría cargo del resto. Mank cayó en cuenta que “El americano”, título del primer guion, era lo mejor que había escrito, y exigió que su nombre apareciese junto al del egocéntrico Wells; el pleito entre ellos opacó el escándalo que significaba exhibir la vida del poderoso William Randolf Hearst en que se inspira la cinta, considerada como una de las mejores de la historia del cine.

A manera de un verdadero caldo de cultivo en el que fermentan la persona del alcoholizado Mank (Gary Oldman), convaleciente con una fractura de pierna mientras dicta y escribe el celebérrimo guion, con visitas intempestivas del temperamental Wells (Tom Burke), y flashbacks que funcionan de forma documental, el Hollywood en la era de la Gran Depresión, la manipulación de los magnates del Star System, y memorias cargadas de afecto del inestable periodista (cínico por fuera, compasivo por dentro, afectado por la explotación moral y emocional del material humano, actrices y trabajadores)… de tal laboratorio surge Ciudadano Kane.

Es la tensión provocada por la autodestrucción y la grandeza moral, nunca asumida de Mank, lo que proyecta la imagen trágica de su personaje; el reclamo de autoría puede leerse como un intento de reconciliar su rol de bufón con poderosos como Hearst, con la lucidez de un artista consciente del mangoneo político y la explotación sentimental de la industria del entretenimiento. Fincher respeta a la letra el guion de Mank, escrito por su padre, Jack Fincher, en 2003, pero el seguimiento de la elaboración de entrevistas a falsos votantes contra la candidatura del escritor izquierdista Upton Sinclair y posterior derrota frente al candidato del establishment, apunta al momento actual, manipulación del internet y políticos como Trump.

David Fincher densifica al máximo el lenguaje del cine, crea una forma de fusión con el cine de los cuarenta, que parece calcado, pero no, pues los recursos son los del cine actual; y acumula figuras de estilo con las que construye secuencias como la cena con Hearst (Charles Dance interpretando a Drácula), donde cada imagen condensa extraordinarias metonimias y sinécdoques con planos y fondos, composiciones de luz, que copian, sí el modo de lo que sería Citizen Kane, pero que mejor reflejan la psique de Mank.

Este texto forma parte del número 2303 de la edición impresa de Proceso, publicado el 20 de diciembre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí.

 

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