Cine

“La isla de Bergman”

En "La isla de Bergman", la realizadora francesa Mia Hansen-Love explora espacios personales del creador de "Fanny y Alexander", sin caer en la obviedad del homenaje y la sumisión al genio del artista sueco.
sábado, 29 de enero de 2022 · 23:09

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Una pareja de cineastas hace un retiro en Faro, la isla sueca, fría y melancólica favorita de Ingmar Berman, en la que vivió los últimos años de su vida y donde filmó varias de sus obras como Persona (1966), ni más ni menos.

La tensión se hace sentir pronto: Anthony (Tim Roth) es un director sólido que sabe explotar sus propias obsesiones, mientras Chris (Vicky Krieps), más joven, se debate entre la necesidad de encontrar su voz como cineasta y el peso cultural, ser buena madre, por ejemplo. 

En entrevistas y material de prensa, la realizadora francesa Mia Hansen-Love no oculta su admiración por Berman; en La isla de Bergman (Bergman Island; Francia-México-Brasil-Alemania, 2019), explora espacios personales del creador de Fanny y Alexander, sin caer en la obviedad del homenaje y la sumisión al genio del artista sueco. Chris se escandaliza un tanto cuando se menciona que Bergman tuvo nueve hijos con seis de sus parejas, de los que se mantuvo distante y a los que nunca les habría cambiado pañales; Bergman fue cruel en su vida personal y en su obra, aclara un sueco.

Eso del retiro idílico no lo es tanto, el espectador descubre pronto que Faro es a la vez un santuario consagrado al director de El séptimo sello, donde cada rincón evoca uno de sus pasos o de sus procesos creativos, y que, por otro lado, la isla es también una especie de Disneylandia visitada por un tipo de turismo culto para conocer su casa, su biblioteca, se venden reproducciones de objetos utilizados en sus películas, y se organiza hasta un Safari Bergman en autobús para cazar lugares y vistas de esta tierra mítica del artista. En una fiesta un sueco expresa su irritación en un comentario, Suecia no es sólo Bergman.

Durante una caminata con su marido, Chris confiesa que se siente estancada y comenta sobre el guion que escribe, la acción se traslada a la ficción, una historia de amor loco e imposible en la que una realizadora joven, Amy (Mia Wasikowska) acude a la boda de una amiga en Faro donde se encuentra con el amor de su vida; esta directora admira a Bergman abiertamente. A partir de ahí, la historia funciona de forma oblicua como una confesión de Chris a su pareja, y se intrinca también de manera tangencial en la vida real de Mia Hansen-Love, quien tiene un hijo con su expareja, el director Olivier Assayas.

Como si fuese música de cámara, temas visuales y ambientes de clásicos como Un verano con Mónica, Persona, Fresas salvajes, Escenas de un matrimonio, se integran a la acción, sin parches; Chris no encuentra la casa de A través de un vidrio oscuro porque era nada más una fachada que se desmanteló después del rodaje, todo es película, sólo existe en la proyección. 

Meta-ficción y meta-cinematografía, auto-ficción, ensamblan una serie de cajas chinas, mise en abyme, en esa isla en la que la guía del tour comenta que Igmar Bergman encontró reflejado su mundo interior; en un cierto plano de interpretación, la cinta ocurre en el universo Bergman, a manera de un dios que observa a todas sus criaturas. No es frecuente encontrar realizadoras atraídas por la meta-narrativa del proceso fílmico; hay muchos directores, Fellini, por mencionar el más importante, y ninguno escapa al auto-homenaje de su propio genio, disimulado bajo la queja del dolor del proceso creativo; Mia Hansen-Love, en cambio, fue capaz de contar una historia delicada de amor en un laberinto de espejos, y de explorar el alma femenina, sin abrumar a su público.  

Crítica publicada el 23 de enero en la edición 2360 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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