Briseida Acosta: 'Pensé en dejar el taekwondo…”

sábado, 10 de agosto de 2019 · 18:49
A cada santo le llega su día, reza el dicho popular. Y a Briseida Acosta le llegó el 29 de julio último, cuando ganó la medalla de oro en taekwondo en los Juegos Panamericanos de Lima 2019. En entrevista con Proceso, la atleta y su mamá, Alma Rosa, reconstruyen el difícil camino hacia la presea dorada, que implicó superar a la mejor deportista de México: María del Rosario Espinoza. “Era demasiado niña (…) y tuve que aprender a ser egoísta”, dice Briseida, quien ahora buscará clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Para ello, deberá vencer (de nuevo) a Espinoza. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Briseida Acosta cayó de hinojos sobre el tatami cuando se supo campeona panamericana. Se le doblaron esas columnas de ébano que tiene por piernas. Las lágrimas le bañaron la carita de niña que aún conserva a sus 26 años. En el camino del taekwondo había recogido medallas de plata y bronce, pero nunca una de oro. En sus primeros –y últimos– Juegos Panamericanos, los de Lima 2019, por fin llegó el metal más preciado. Acababa de derrotar a la colombiana Gloria Mosquera por 10-5. Mientras se estaba preparando la ceremonia de premiación, llamó por teléfono a su mamá a Navolato, Sinaloa. Del otro lado de la línea Alma Rosa Balarezo se asustó. La escuchaba ahogada en llanto: “Mamá, no hallo qué hacer con esta alegría que no me cabe en el cuerpo…”. “Ya se imaginará cómo yo estaba. Fue la emoción por todos los esfuerzos; durante años se le negó lo que ella tanto ­anhelaba. ‘Disfrútalo’, le dije, ‘porque esto tú te lo ganaste’”, comenta Alma Rosa. El oro panamericano es el resultado de una serie de eventos afortunados que desembocaron en el combate que Briseida Acosta le ganó a la multimedallista olímpica y mundial María del Rosario Espinoza, también sinaloense. El 23 de junio las taekwondoistas se enfrentaron en un selectivo nacional para definir quién representaría a México en Lima, en la categoría de más de 67 kilogramos. Tuvieron que llegar hasta el punto de oro para definir a la ganadora. Acosta se impuso 2-1 y obtuvo el boleto para la justa regional. Espinoza fue el primero y más difícil obstáculo que tuvo que superar. Ella fue quien la dejó fuera de los Panamericanos de Toronto 2015 y de los Juegos Olímpicos de Río 2016. La que la alejó de su razón de ser. Briseida Acosta es la única mujer de los tres hijos que Alma Rosa Balarezo procreó con su esposo, Juan José, un profesor que ha encabezado la escuela de taekwondo de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) en Navolato, una población de menos de 30 mil habitantes, localizada a unos 25 minutos de Culiacán, la capital del estado. De la playa a Serbia La atleta es hiperactiva de nacimiento. Nunca está en paz. Ella le inyecta vida a la casa de los Acosta. Canta y baila todo el día. Es como un cascabel y no para de hablar. La sonrisa nunca se le va y no tiene empacho en besuquear y apapachar a su papá delante de todos. Le acaricia la cara y los cabellos. Hace tres años, a esa niña se le secó el corazón. La tristeza se le metió como la humedad. El alma herrumbrada. Después de haber tenido un par de años extraordinarios en 2013 y 2014, en 2015 llegó la debacle. En el Campeonato Mundial de Chelyabinsk, Rusia, se quedó cerca de pelear por una medalla. Pensó: “No pasa nada”. Pero luego perdió ante María del Rosario Espinoza las dos evaluaciones para Toronto. Otra vez se dijo: “No pasa nada”. Y, entonces, la derrota y el adiós a Río 2016. Era el taekwondo en los tiempos de María del Rosario. “Me costó trabajo no saber adaptarme a la derrota y encontrar motivación para pararme y decir: ‘No importa, tengo otro objetivo’. Quise clasificar, llegué a la evaluación y la perdí. Fue algo en lo que tuve que trabajar porque, sinceramente, pensé en dejar el taekwondo porque ya no lo disfrutaba. No quería volver a tirar una patada porque yo me había planteado unos objetivos y una vida que no se logró. Me costó mucho trabajo aceptar que no lo había logrado”, cuenta Acosta en entrevista con Proceso. Habló con el presidente de la Federación Mexicana de Taekwondo, Raymundo González. Le pidió permiso para separarse unos meses de la selección nacional. El federativo se asustó, creyó que la atleta ya no regresaría. Briseida necesitaba tiempo para pensar. “Déjeme sacarme todo esto que traigo aquí adentro”, rogó. Traía una depresión muy fuerte, recuerda la señora Balarezo. Era la segunda vez que se le iba de las manos la oportunidad de calificar a los Juegos Olímpicos. “Eso la frustró. Como siempre se le atravesó María. Briseida se vino para acá y durante casi tres meses esa muchacha llena de una vitalidad ya no estaba. Deambulaba por la casa una sonámbula. Acostumbrada a hacer tanto ejercicio, y de pronto no hacer nada, le daban las 12 de la noche despierta. Hasta que sola se fue unos días a la playa y, bendito Dios, nos regresó el alma al cuerpo cuando un día de octubre de 2016 nos dijo: ‘Ya estoy lista, ya me voy’. Algo se le movió y regresó a la selección.” –¿Qué reflexión haces sobre que te haya tocado competir en la misma época de la mejor atleta de México? Tratar de alcanzarla y no poder. –No es porque sea María, es que hay alguien que tiene tanta calidad y yo tengo que pelear por lo que quiero con ella. México tiene muy buenos competidores en todas las categorías, pero pelear con ella es pelear con alguien con experiencia, que sabe lo que pasa y lo que hay que hacer en cada pelea. Incluso, cuándo tomar agua y cuándo no. En momentos precisos sabe ser muy inteligente en la toma de decisiones, sabe cuándo alzar la voz o a veces tener que apechugar. Eso me costó los Juegos Olímpicos. Tuve que voltear a ver dentro de mí y pasar ese bache. Más que sentir que estoy detrás de ella tuve que aprender. Uno de los ajustes que hizo fue concentrarse durante 2018 en un campamento con Dragan Jovic, entrenador de la selección nacional de Serbia, para tratar de elevar su nivel táctico. Jovic es conocido como el director de “La fábrica de campeones” de ese país. Ha sido entrenador de alto rendimiento desde hace casi 20 años y se encumbró con las dos medallas olímpicas que consiguió en Londres 2012, con Milica Mandic que ganó oro –y derrotó a María del Rosario Espinoza en semifinales–, y en Río 2016, con Tijana Bogdanovic, quien obtuvo plata en la categoría de menos de 49 kilos. En Serbia, Briseida Acosta encontró un entorno diferente de aprendizaje. En marzo último se realizó el Abierto de Estados Unidos en Las Vegas, donde tuvo contacto por primera vez con Juan Moreno, exentrenador de la selección nacional estadunidense y entrenador en jefe de Peak Performance USA, una escuela de taekwondo donde se imparten programas de entrenamiento de alto nivel en campamentos. Moreno entrenó a Acosta. La sinaloense venció a la tres veces campeona mundial, la británica Bianca Walkden, de 1.83 metros y rankeada número uno del mundo. “Lo platiqué con mis entrenadores, con el presidente de la federación, con mi papá y decidimos que me fuera a Miami con Juan Moreno porque a un competidor le ayuda entrenar con estilos diferentes, así como pasó en Serbia. Tomé de los entrenadores de México y de Miami lo mejor de las dos experiencias. Si algo he trabajado este año es en ser más consciente de lo que hago en mi pelea y en ser más precisa”, explica la atleta. A la familia Acosta le tocó conseguir los recursos para pagar el campamento en Miami, que cuesta 15 mil pesos a la semana. El Instituto del Deporte de Sinaloa, la UAS (donde estudia en línea la carrera de psicología) y la presidencia municipal de Navolato sumaron recursos para que Briseida no tuviera que preocuparse más que por entrenar. Desde finales de marzo se concentró con atletas como la medallista olímpica en Londres 2012, la estadunidense Paige McPherson. “Tenemos que reconocer que María es la mejor atleta de todos los tiempos de México, pero también que Briseida ya no es la niña de 15 años ni la de 18 ni la de 21. Ya piensa más, es más fría. A eso se enfrentó María en el selectivo, a una Brisedia más estratégica. Ella dijo aquí estoy yo. Sólo pedía piso parejo. Le ganó a la británica que ni en sueños se pensaba que le podía ganar. Se frustraba en cada uno de sus enfrentamientos porque no le iba bien. Esa fue la espina que ya se quitó, ganarle a María, y mis respetos para ella como deportista”, dice Balarezo. La rivalidad en la categoría heavy –que dependiendo del tipo de competencia puede ser menos o más de 73 kilos o más de 67– también tuvo para el ciclo olímpico de Londres 2012 a Guadalupe Ruiz y a Jacqueline Galloway. Ruiz dejó fuera a Espinoza para los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011. Galloway terminó cambiando de nacionalidad para tratar de llegar a los Juegos Olímpicos representando a Estados Unidos. “A mí me tocó pelear con los petos normales, cuando marcaban los jueces, y ahora con los electrónicos. Ahora es más justo. Antes sí sentías un poco de recelo. Yo nunca he odiado a mis rivales, pero tampoco soy su mejor amiga. Siempre ha habido respeto, pero obviamente cuando alguien te está gane y gane por más que te esfuerces no la puedes querer. Te duele el orgullo. Cuando se acerca la fecha para pelear yo sí les digo: ‘Ni me hables ni me mires ni nada porque vamos a disputar algo importante.” –¿Tu carrera ha sido de resistencia y de perder la candidez para ganar? –Era demasiado niña no sólo en el deporte, también en el día a día. Aprendí que tienes que ser egoísta: hoy eres tú y mañana te preocupas por los demás. Antes, los mayores (atletas más veteranos) te decían: “A ver, recoge el equipo, haz esto, trae lo otro”. Llegabas y te ponían la golpiza de tu vida porque era cuestión de ver quién reinaba, tanto en hombres como mujeres, y vas entendiendo que, aunque pueden ser buenas personas, en el área y en el entrenamiento te tienes que imponer: “A mí no me vas a pegar, esto es taekwondo y yo también te voy a dar”. La ruta del oro Briseida Acosta nació en Navolato el 30 de agosto de 1993. Desde bebita se pareció a su abuela paterna: morena, gruesa de carnes y de ojos pequeños. Las familias Acosta y Balarezo emparentaron por el taekwondo. El hermano de Alma Rosa era el mejor amigo de Juan José, así ella conoció al papá de Briseida de quien se hizo novia a finales de los años setenta. La niña llegó cinco años después que su hermano mayor Christopher y cuatro antes que Eross. Todos tendrían, obviamente, el taekwondo como destino. Los niños Acosta Balarezo tenían dos obligaciones familiares: sacar buenas calificaciones y practicar un deporte. El profesor Juan José decidió llevarse a Briseida a entrenar con su grupo en la UAS apenas cumplió siete años. Desde entonces han sido los cimientos que sostienen la carrera de su hija. Por aquellos años la única meta era ceñirse la cinta negra, el máximo grado de acuerdo con los colores. Es el que significa que el portador está listo para recorrer un camino. Acosta no nació llena de cualidades para el taekwondo. Además, no se tomaba el deporte en serio. Entrenaba y se esforzaba, pero le costaba lo mismo que subir una montaña empinada. A los 10 años descubrió la Olimpiada Nacional, la competencia infantil y juvenil más importante de México, a la cual comenzó a calificar junto con su hermano y sus primos. Le gustaba viajar en familia para competir. Pero los resultados no llegaban. En su primera Olimpiada la eliminaron en el primer combate. En la segunda le fue igual de mal y en la tercera ni siquiera dio el peso. Le cansaba escuchar los regaños en cada entrenamiento: “Esfuérzate, eso está mal, haz todas las lagartijas, no dejes de patear al máximo”. Le entraba por un oído y le salía por el otro. “Cuando no ganaba me agüitaba, pero como lo hace un niño: lloras, pero ni sabes el porqué. Luego, pasa de la nada. El trabajo y la constancia no estaban en mí, se construyó en un año. Recuerdo que una vez estaba entrenando, algo me pasó y dije: ‘Voy a hacer este ejercicio bien para que no me estén regañando’. Me felicitaron y lo que más me gustó es que no me estuvieron molestando. De ahí se creó el hábito de hacer las cosas lo mejor posible todos los días. Se dieron los resultados, descubrí que esa era la manera y (la disciplina) se hizo parte de mí.” En la Olimpiada Nacional por fin llegó una medalla de plata. En su mente el oro era lo que seguía. En los entrenamientos escuchaba todo el tiempo: “Tienes que pensar más”, pero Briseida sólo se preguntaba “¿qué es eso?, ¿cómo pienso o qué?”. Aprendió a poner atención a los detalles, a concentrarse. Sin ser consciente se planteaba objetivos pequeños, como “hoy no me van a pegar en los entrenamientos”, “hoy voy a ganar por diferencia de siete puntos para que paren la pelea”, “hoy voy a hacer la patada doble que no me sale. “Cuando me volvía a enfrentar a alguien a quien ya le había ganado mi regla de oro era: ‘Si ya le ganaste, ya no te puede ganar’. Parece tonto, pero yo me creé esa idea hasta que un día dije: ‘Puedo ganar el nacional. Sí puedo, sí creo’.” En el camino al oro encontró un obstáculo. Después de haber ganado sus dos primeros combates se peleó con su papá. El profesor, de recio carácter que le heredó a la chamaca, se la quiso llevar sin pelear la final. Briseida lloraba de coraje. Intervino el entrenador Joaquín Rojo, el mismo que la preparó hace unas semanas en el selectivo nacional ante María del Rosario Espinoza. Él tranquilizó al profesor, asistió a Briseidia y juntos ganaron el oro. “Él siempre le decía que podía dar más. Había peleado con una muchacha y algo no le gustó. ‘Si vas a estar aquí haciendo el ridículo, vámonos; no tiene caso’. Y ella lo confrontó: ‘No me voy a ir, me voy a quedar por mí, no por ti’. Tienen una relación muy bonita, pero los dos son muy directos para decirse las cosas”, cuenta Alma Balarezo. Ese oro le abrió las puertas de la se-lección nacional. Ese mismo año, 2008, también ganó el Campeonato Nacional Junior. “Mi papá me dijo: ‘Vete y no vuelvas’. Entendí que no volviera la Briseida de Navolato, la niña que era demasiado ingenua, demasiado bondadosa. Soy la única niña de mi mamá y soy de un pueblo. Era una oportunidad para aprovecharla”. Balarezo se conmueve y llora cuando recuerda el día que la llevó al aeropuerto. No se le olvida el rostro de su hija con sus ojitos caídos por la tristeza, con su carita larga y la boca en forma de puchero, pero incapaz de llorar. A Navolato jamás volverá Briseida la ingenua. En unos días pisará ese suelo la campeona panamericana, la que con 326.69 puntos ya es séptima en el ranking mundial, está encima de María Espinoza y buscará, otra vez, la plaza olímpica para Tokio 2020. Sabe que el camino es sinuoso, que de nuevo peleará contra María por ese boleto. Está lista. Los Juegos Olímpicos no son un simple sueño, por primera vez lo acaricia con la punta de los dedos. Esta entrevista se publicó el 4 de agosto de 2019 en la edición 2231 de la revista Proceso.

Comentarios