Sudáfrica: entre el futbol y la xenofobia

lunes, 22 de febrero de 2010 · 01:00

MÉXICO, 22 de febrero (apro).- La película sudafricana Sector 9 ha sido nominada al Oscar como la mejor película extranjera. La historia, aunque de ciencia-ficción, es una clara alegoría de la catástrofe humanitaria que se vive en los campamentos de refugiados en la República de Sudáfrica.
La atención se centra en la Copa Mundial de Futbol FIFA, en la vigésima conmemoración de la liberación de Nelson Mandela, en el reconocimiento del presidente Jacob Zuma de su vigésimo hijo (fruto de una relación fuera de sus siete matrimonios, con la hija de Irvin Khoza, presidente del comité organizador local del mundial de futbol), en las innumerables amantes del ejecutivo, mas no en los ataques xenófobos a los refugiados etíopes.
Amnistía Internacional (AI) dio la voz de alarma y deploró que ni la policía local ni la estatal hayan protegido a las víctimas de la turba armada que por  tercera vez, en menos de ocho meses, saqueó y destruyó lo poco que tenían los etíopes despatriados.
Desde su página de internet, AI  denunció el ataque de la noche del pasado domingo 7 al lunes 8. El informe Índice AI: AFR 53/004/2010 calcula que por lo menos 134 personas tuvieron que huir de la región Siyathemba/Balfour en busca de refugio. Los observadores de AI, así como otros trabajadores humanitarios, afirman que la policía recibió avisos del ataque, pero que no fue capaz de evitar la escalada de violencia.
Desde 2008 las oleadas de ataques a negros pobres refugiados en Sudáfrica no han parado. Las de mayo 2008 fueron de tal magnitud que el entonces presidente Thabo Mbeki se vio obligado a enviar al ejército y a las unidades especiales para contener a las turbas zulúes que atacaron las barriadas de inmigrantes pobres de los países vecinos.
El obispo Paul Veryn cobijó a casi mil personas en el templo y éste fue atacado. El purpurado pidió al presidente, a través de la Radio Nacional, no sólo que enviara al ejército para controlar la situación, sino que decretase el estado de excepción.
Las víctimas se refugiaron en iglesias, edificios públicos y en las jefaturas de policía de la capital, Johannesburgo. La violencia se disparó en todas direcciones y las autoridades tardaron casi diez días en controlar la situación. Los asesinatos, violaciones, incendios y saqueos fueron incontables.
Los estacionamientos de los cuarteles y estaciones de policía estuvieron llenos de tiendas de campaña con refugiados que sólo salvaron la vida y la ropa que traían apuesta. La turba armada caza a los extranjeros calle por calle, casa por casa. Les habla en zulú, y si no responden en el mismo idioma, los asesina.
        El pasado domingo 7 fueron agredidos los etíopes, pero los migrantes de Mozambique, Burundi, Malawi, Somalia, Sierra Leona y, sobre todo, de la vecina Zimbabwe, no se han salvado de los ataques. A todos ellos sus victimarios los acusan de robar empleos a los sudafricanos y del alto índice de criminalidad.
       Los refugiados provienen de países devastados por las guerras y la hambruna. Sudáfrica, libre del Apartheid, se veía como un oasis de oportunidades; muchos de los expatriados llevaban décadas en el país austral y eran dueños de tienditas en los barrios pobres. La mayor parte trabaja como sirviente o en minas de diamantes, oro o aluminio. Ganan menos que los sudafricanos.
        Werner Böhler, investigador de la Fundación Adenauer, quien trabaja en Johannesburgo, afirmó el 23 de mayo de 2008, en una entrevista con el diario austriaco Standar, que las raíces de la violencia residen en la extrema desigualdad social y el injusto reparto de la renta nacional. Dijo que era sólo cuestión de tiempo para que estallara la olla de presión. Además, con tantas bandas criminales fuera de control, era la oportunidad de oro para el saqueo.
        El Centro de Estudios de Migraciones Forzadas en Sudáfrica calcula que hay en promedio en el país 3 millones de extranjeros, la mayoría proveniente de Zimbabwe

Huir del cólera


El caso de los refugiados de Zimbawe es aún más dramático. La crisis económica y la violencia política expulsaron a muchas personas del país. Lo peor, sin embargo, llegó en 2008: en agosto de ese año, debido a falta de mantenimiento, el drenaje de Harara, la capital, se colapsó y se desbordó de manera similar a lo ocurrido la semana pasada en el oriente de la Ciudad de México.
      Sin recursos económicos, el gobierno de Robert Mugabe dejó de comprar desinfectantes y filtros para la red de agua de Harare. La principal fuente de abastecimiento, el Lago Chivero, está contaminado debido a que los colectores de aguas negras colapsaron por falta de mantenimiento, y el agua putrefacta llegó al lago, además de encharcarse en las calles.
      Harare se quedó sin agua y al poco tiempo estalló la peor epidemia de cólera de la era moderna.
           El cólera es una enfermedad altamente contagiosa y sólo se puede combatir con el uso de agua purificada, con mucha higiene, alimentos limpios y una buena red de tratamiento de agua. Los pacientes con cólera se deshidratan en pocas horas por fuertes diarreas y vómitos.
         Las calles y casas se llenaron de cadáveres abandonados. La única manera de evitar el contagio fue huir.  Quien pudo cruzó una zona desértica durante tres semanas a pie para llegar a la frontera con Sudáfrica. Nadie llevaba pasaporte, visas u otros documentos.
         En la frontera, Sudáfrica estableció campamentos para recibir a los sobrevivientes del cólera, darles primeros auxilios y aislarlos. La epidemia empezó a extenderse a los países vecinos de Zimbabwe.
         El pasado miércoles 10, Zimbabwe anunció que con financiamiento de la Unión Europea adquirió un equipo de radiocomunicación para enlazar a las clínicas  y coordinar la lucha  contra la epidemia del cólera, que a dos años de su aparición sigue causando estragos.
           Muchos indocumentados pobres de toda África Sudsahariana viven en campamentos de refugiados que se han convertido en tugurios insalubres, donde viven en la marginación y expuestos a la violencia.
“Nos corrieron. Nos dijeron que si no nos largábamos nos mataban. Destruyeron nuestra tiendita. Perdí todo otra vez y tengo mucho miedo”, confió un hombre que quiso guardar el anonimato a uno de los enviados de AI, organización que reprodujo estas palabras en su informe publicado en la página web del pasado lunes 8.
La corresponsal de la BBC en Johannesburgo, Caroline Hawley, conversó con varias personas que sufrieron ataques en 2008. Una de ellas, un joven de 24 años de nombre Stu, le narró que una multitud furiosa lo fue a buscar a su casa; entró, le robó todo lo que tenía y luego le prendió fuego a su choza. Stu simplemente quiere regresar a Zimbabwe, su país de origen.
"Escapé de la situación en Zimbabwe para intentar apoyar a mi familia", señaló el joven. "Pero es mejor morirme de hambre en mi país que morir aquí. Por lo menos allá en Zimbabwe mis padres me pueden enterrar y ver mi tumba".
Emmerson Zifo, sobreviviente, dijo llorando que ni la policía puede controlar la situación. “Vienen con hachas con intención de matarte ¿Por qué? ¿Por que?”, repetía entre sollozos

Odio racial

La vocera de la policía sudafricana Cheryl Engelbrecht  declaró a la radio Mariemuthoo  que en el centro de Johanesburgo las unidades antimotines tuvieron que utilizar balas de goma para disolver a la turba enfurecida, que en la zona de edificios altos arrojó a varios inmigrantes desde las azoteas de los rascacielos.
Muchos de los asesinatos fueron de una crueldad infinita, como el rociar a las víctimas con gasolina y prenderles fuego.  El fotógrafo Simphiwe Nkwali, de la agencia AP, capó el momento en que un policía trata desesperado de apagar con un extinguidor a un joven en llamas.  Nkwali plasmó la agonía de varios calcinados y la ira de la turba que, machete y hacha en mano, buscaba inmigrantes extranjeros para descuartizarlos.
Los ataques no han cesado. Los más graves se dieron en mayo de 2008, después vinieron los de septiembre de 2009. Esta última ocasión la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)  dio la voz de alarma. Su personal en los campos de refugiados fue testigo de una nueva escalada de violencia.
ACNUR y la Cruz Roja Internacional  no se dan abasto con los campamentos para los que huyen de Zimbabwe y para los que sobrevivieron a las olas de violencia xenófoba en Sudáfrica.
En febrero del 2010 nuevamente hubo embestidas, en esta ocasión contra etíopes, y AI exigió a las autoridades de Sudáfrica actuar antes de que la situación se saliera de control, como en mayo de 2008.
De acuerdo con el informe de ACNUR, en 2008 se montaron tiendas de campaña que dan techo a mil inmigrantes que llegaron a Sudáfrica. Desde hace tres años se crearon siete campamentos para los desplazados por la violencia xenófoba y cada uno tiene capacidad para albergar hasta 70 mil personas.
El ministro de Seguridad Pública sudafricana, Charles Nqakula, afirmó a la BBC, el 27 de mayo de 2008, que hubo más de 30 mil inmigrantes desplazados por los ataques. También dijo que 56 personas perdieron la vida y 650 fueron heridas. Sin embargo, estas cifras se quedaron cortas con las que ofreció el Centro para el Estudio de la Violencia y Reconciliación de Sudáfrica, que afirmó que hubo 100 mil desplazados y que tan sólo el vecino Mozambique recibió a 20 mil de sus connacionales que regresaron tras las agresiones.
Nadie sabe exactamente cuántos inmigrantes sin papeles se encuentran en Sudáfrica, pues cruzan la frontera en la clandestinidad. Viven y trabajan escondidos. Sin embargo, el Instituto de Relaciones Raciales cree que son entre 3 y 5 millones.
Ante la ola de violencia de negros pobres contra negros aún más pobres, el icono de la lucha contra el Apartheid, expresidente del país  y Premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, dijo en un mensaje a la nación: "Recordemos el horror del que venimos. No lo perpetuemos”.

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