Opinión

El cuento del combate a la corrupción

La meta de AMLO en el combate a la corrupción no parece ser enmendar los errores del pasado, para evitar cometerlos en el presente. El objetivo es identificar al enemigo e ir tras él.
lunes, 26 de octubre de 2020 · 13:07

Desde el púlpito más poderoso del país, el presidente de México aseguró que los científicos eran unos “ladrones”. Afirmó que quienes defienden los 109 fideicomisos extinguidos defendían la corrupción. Encomendó a la directora del Conacyt, María Elena Álvarez Bullya, la tarea de armar una presentación que exhibiera la corrupción generalizada que se dio en ellos. Logró que la mayoría morenista en el Poder Legislativo los extinguiera. Y quienes le creen sin chistar o verificar celebraron el triunfo de los buenos sobre los malos, la victoria de los impolutos sobre los manchados, el golpe que la “Cuarta Transformación” le dio a todos los mamadores de la malversación. Compraron el cuento que el presidente les vendió, sin percibir siquiera que se volvería una novela de policías abusivos y bandidos imaginarios.

La persecución de la corrupción en la 4T no parece tener un rasero unívoco, un patrón institucional, una metodología razonada y razonable –apegada a la ley– que justifique cómo, cuándo y contra de quien actúa. Embiste a algunos y no toca ni con el pétalo de una investigación a otros. Persigue a los adversarios mientras cierra los ojos ante los atropellos cometidos por los amigos. Sobre sus críticos, el presidente tiene mucho de qué hablar. Pero sobre la corrupción de sus aliados, no dice ni pío.

Usado y narrado de esa manera, el combate a la corrupción se vuelve un pretexto orwelliano para consolidar el poder y alinear a los no alineados. La guerra contra los corruptos se libra contra objetivos cuidadosa y selectivamente seleccionados. Eso le permite al presidente evidenciar públicamente a los traidores, instilar miedo entre quienes podrían ser puestos en el paredón a futuro, y así erigirse en uno de los líderes más poderosos en décadas.

AMLO preside sobre un ciclo –aparentemente sin fin– de investigaciones y exhibiciones, después glorificadas por la propaganda gubernamental. En nombre de la cruzada anticorrupción, el presidente está purgando al país. Y al atacar a otros, logra proteger a los suyos y desviar la atención sobre los casos de corrupción que han brotado dentro de su propia administración.

Ahora, la purga se centró en los fideicomisos y quienes supuestamente se beneficiaban de la putrefacción que contenían. Los científicos y sus centros de investigación de punta, los académicos y las instituciones abocadas a la formación y diseminación de conocimientos, los defensores de derechos humanos y su activismo a favor de las víctimas, los periodistas y los mecanismos que fueron creados para protegerlos.

Y, sin duda, había algunos que malversaban fondos, operaban en la opacidad, se prestaban a la discrecionalidad. El creado para apoyar políticamente a Josefina Vázquez Mota es indefendible, como otros tantos más.

Pero en lugar de corregir, auditar, investigar y sancionar a funcionarios que habían mal utilizado un instrumento administrativo –productor de perjuicios y beneficios– el presidente dio la orden de acabar con ellos de tajo. En lugar de auditarlos primero y cancelarlos después, la 4T actuó exactamente al revés, con la ayuda de diputados y senadores que abdicaron a la función constitucional que les corresponde de aprobar el presupuesto y vigilar cómo se gasta.

Encerrados en una sede alterna, rodeados de "no granaderos", obligados a sesionar en Xicoténcatl, porque el Senado estaba rodeado de científicos y académicos, los morenistas y sus aliados agacharon la cabeza y levantaron el dedo. En vez de escuchar, obedecieron. En lugar de examinar la evidencia, optaron por ignorarla. Abdicaron de su función de representación para volverse amanuenses del presidente cuyos argumentos repetían, replicando la ignorancia, sumándose a la farsa.

Porque en el tema de los fideicomisos, el gobierno ha mentido, ha tergiversado, ha manipulado. Es falso que no fueran auditados; es falso que no fueran supervisados; es falso que todos los fondos acabaron desviados. Fundar y la Auditoría Superior de la Federación llevan años detectando las irregularidades y sugiriendo cómo encararlas. De eso se trataba: de componer, no de destruir. De fiscalizar, no de cancelar.

Pero la meta de AMLO en el combate a la corrupción no parece ser enmendar los errores del pasado, para evitar cometerlos en el presente. El objetivo es identificar al enemigo e ir tras él. Satanizar a los ordeñadores del “neoliberalismo” y los beneficiarios del “viejo régimen”. Y la directora del Conacyt se prestó a la encomienda presidencial con una presentación poco profesional, repleta de errores, llena de información manipulada, con el afán de demostrar cuan fétidos eran los fideicomisos y enlodar, de paso, a sus críticos.

Ambos, él y ella, aparentemente inconscientes de las contradicciones en las cuales han caído, las incongruencias que demuestran. El presidente –cuando era jefe de Gobierno en la Ciudad de México– usó fideicomisos para construir los segundos pisos, y Álvarez Bullya se benefició de ellos para impulsar su propia carrera profesional. Ahora aplican para los demás raseros que jamás utilizaron con sí mismos.

Pero la incongruencia mayor ha sido enfatizar los defectos con los cuales cargaban algunos fideicomisos, cuando son los mismos problemas que presentan todos los proyectos de la 4T: falta de planeación, falta de estudios preparatorios, falta de control, falta de supervisión. Aquello de lo cual adolecen los fideicomisos que maneja el Ejército y no han sido tocados.

Mientras tanto, AMLO asegura que “no le van a faltar recursos a los auténticos deportistas, a los auténticos investigadores, a los auténticos escritores, a los auténticos artesanos, artistas, creadores”. A aquellos que recibirán los recursos directamente, sin intermediarios, después de ir a rogar por ellos al Poder Ejecutivo, quien ha sustituido una forma de discrecionalidad y arbitrariedad por otra. Porque en el cuento del combate a la corrupción, se trata de convertir a ciudadanos en clientes, y reemplazar la independencia por la sumisión.

Este análisis forma parte del número 2295 de la edición impresa de Proceso, publicado el 25 de octubre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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