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Rebato ideas de Meyer y A. Bartra

Mauro González-Luna replica a una entrevista a Lorenzo Meyer: "Concentrar el poder para cambiar un régimen" y a un artículo de Armando Bartra "La 4T como cambio de régimen", publicados ambos en la edición 2300 del semanario Proceso.
lunes, 14 de diciembre de 2020 · 14:35

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Este artículo es motivado por el contenido de una entrevista a Lorenzo Meyer, y de un artículo de Armando Bartra, publicados en Proceso hace unos días, en el contexto del segundo año de gobierno federal. Lo escribo con respeto a sus personas, pero discrepando de sus planteamientos, con ánimo de debatir fraternalmente, en medio de una atmósfera en que se promueve el encono y se inhibe el debate de ideas para uniformarlo todo.

 La nostalgia es un sentimiento de pena, de búsqueda de un regreso. El nostálgico añora un pasado real o imaginado que pretende, con frecuencia, instalar en el presente. Cuando percibe procesos de instalación, se alegra y recobra bríos. Si el presente y sus circunstancias contradicen en muchos aspectos dicho pasado añorado, entonces, acomoda los hechos de tal forma que hace creer que no hay contradicción, por manifiesta que sea. 

Cuando se percibe que lo añorado no se realiza, se busca una cura para encubrir, paliar o sublimar la pena -que se compensa a veces con lo que sí se instala de lo añorado-. Una de tales curas consiste en imaginar realizado en el presente lo añorado; o en construir idealmente ese presente y en exhibirlo como real con eslóganes, mitificaciones y retórica, en ocasiones injuriosa. Es un esfuerzo de suplantación de la realidad por el simple deseo. 

Pero siempre es ese un esfuerzo fallido. Suerte común de los mortales, por famosos que sean, es esa de que la realidad defraude con harta frecuencia las ilusiones, las buenas y las malas, según lo constató un orador griego de antaño.

Pongamos ejemplos ilustrativos de la realidad política mexicana que contradice lo añorado por el intelectual nostálgico: exaltación del mito de "primero los pobres". Mito destruido en el Tabasco indígena inundado; en la Huexca del indígena indómito Samir Flores; en los hospitales públicos sin insumos en momentos decisivos de la pandemia; en la eterna postración de los pobres, encubierta con dádivas que no cambian la sustancia neoliberal de la desigualdad social y concentración inaudita de riqueza; en la falta de medicinas esenciales para niños con cáncer, por citar algunos casos. Casos que no por sabidos dejan de ser emblemáticos por las tragedias que entrañan en cada caso particular. 

Ahora un eslogan muy repetido y contradicho por los hechos: "cambio de régimque no de gobierno". Suponemos que eso significa un cambio profundo, democrático, de verdad, para mejorar sustantivamente como país. Mito echado abajo por hechos insobornables que se multiplican: racista política migratoria frente al  centroamericano pobre, que se ha extendido de manera infame, a mexicanos indígenas y afrodescendientes deportados a terceros países por su ¡olor o color de piel a manos de integrantes del INM!; aprobación de leyes antigarantistas propias de un régimen de tufo autoritario como la de prisión preventiva, congelación de cuentas sin autorización judicial, delación propia también de regímenes de aliento autoritario, tan denunciada en su tiempo por Hanna Arendt.

Y no hablemos de la defensa del medio ambiente: las energías fósiles del pasado sacrificando a las limpias, a las de vanguardia.

Por otro lado, desde la perspectiva de lo añorado en trance de instalación, surge una pregunta sobre cosas perturbadoras que apuntan a puro aventurerismo político. ¿Significa la idea de que se está operando un cambio de régimen, el destruir el pluralismo y la división de poderes, pilares de una república, para lograr un régimen donde el derecho y las libertades son aplastados en aras de una felicidad futura que nunca llega a los de abajo?  

Un cambio de régimen para bien de la nación y de su pueblo, exigiría el fortalecimiento de la división de poderes, no su anonadamiento, a menos que el anhelo sea el de un régimen donde la democracia salga sobrando una vez logrado el poder; poder interminable, unipersonal, garantizado por la militarización. ¿Se olvida o pretende olvidarse que "el poder absoluto corrompe absolutamente" como sentenciaba Lord Acton? ¿O acaso la 4T está integrada por querubines y serafines de la izquierda y derecha celestes? Y menciono de la derecha, porque los hay en abundancia oportunista.

Distinguir es signo de talento, sobre todo en filosofía, derecho y política: una cosa son los regímenes populistas como los que conocemos en el mundo actual que se apoyan en masas domesticadas con propaganda y dádivas, y otra, los de índole popular, fundados en el respeto irrestricto al derecho por parte del Estado como mejor garantía de bien para un pueblo exigente de desarrollada y crítica conciencia política.

Un punto en que reconozco que hay avance es el relativo al tratamiento del "outsourcing", esperando que no sea letra muerta, y se acompañe el cambio con apoyos reales y suficientes del gobierno a las micro, pequeñas y medianas empresas para evitar que quiebren como muchas que ya han cerrado por la pandemia, perdiéndose miles de empleos.

Retomemos ahora casos de la contradicción entre lo anhelado y la realidad. La idea del combate a la corrupción y a los conservadores. También desmentida en lo esencial por los hechos: se combate la corrupción ajena del pasado, no la propia de hoy; ello equivale a justicia selectiva, a doble rasero, a fariseísmo político; el consejo de asesores económicos está integrado por conservadores multimillonarios, neoliberales puros a los que se consiente a diario con contratos públicos; además, un altísimo porcentaje de concesiones y contratos públicos se lleva a cabo sin que medien licitaciones, contrariando la Constitución, por dar algunos ejemplos.

Finalmente, se dice que una demostración de que se está operando un cambio de régimen, es la crítica de los "conservadores" a la conducción del gobierno. Ello es falso en muchos sentidos, porque hay críticos que son, en teoría y práctica, intelectuales y políticos de izquierda que están o han estado en su momento, apoyando a quienes encabezan hoy el gobierno. Y esa su crítica se dirige precisamente a que las políticas públicas en materias clave no son progresistas, no son democráticas, no benefician a la nación. Es público y notorio el nombre de muchos de ellos que han expuesto su crítica racional, fundada, abiertamente, incluso renunciando. 

Sería bueno recordar el pensamiento de Ortega y Gasset sobre la diferencia entre pequeña política y gran política. El Estado, dice Ortega, no es más que una máquina situada dentro de la nación para servir a ésta". La pequeña política, olvida esa elemental relación, y cuando determina lo que debe hacerse en la nación, "piensa en rigor, sólo lo que conviene en el Estado y para el Estado"; lo absolutiza en detrimento nacional. La gran política sabe bien que el Estado es "tan sólo un instrumento para la vida nacional", porque "la realidad histórica efectiva es la nación y no el Estado".

Lección magistral esa del genio de Ortega quien remata diciendo: las transformaciones son "tanto más profundas, serias y sutiles cuanto menos espectaculares sean. En política, lo espectacular es.... retorno al pasado o retención dentro de él"; con esto se cierra el círculo de lo nostálgico con que comenzamos. Meyer y Bartra son personas muy inteligentes que podrían ser impulsoras de una reflexión profunda y generosa que condujera a la rectificación para bien de México.

Dedico este artículo a Erubiel Tirado por el valiente texto publicado en Proceso el 29 de noviembre pasado; y a mi maestro Roberto Mangabeira Unger, quien nos dio lecciones de esgrima dialéctica en su brillante curso de filosofía del derecho. Feliz Navidad.                                               

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