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La descomposición

Hasta ahora no hay visos de que las cosas vayan a cambiar en un futuro próximo ni mediano. No sólo el estado de derecho se ha ido desvaneciendo, sino incluso las mínimas reglas de urbanidad. Hay que rescatarlos, por el bien de todos.
miércoles, 30 de marzo de 2022 · 18:47

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Ni duda cabe: con el presidente Andrés Manuel López Obrador se sabía que las cosas serían muy distintas a las del pasado inmediato y qué bueno que fuera así, porque había amplísimas ventanas de oportunidad. Lo ideal hubiera sido entrar en un proceso de transición, no en una ruptura de un día a otro donde primó la visión política personal sobre el interés público, como día con día va quedando claro con datos duros.

Veamos.

Primero. Medicamentos y todo lo relacionado con la salud de los que menos tienen. Es verdad que en los gobiernos anteriores existía como práctica habitual el pago de sobreprecios en el área médica, pero la solución debió haber pasado por un análisis de la situación. Quizá lo ideal hubiera sido hablar con los proveedores, sobre todo los más grandes, como PISA, para informarles las nuevas reglas del juego, pero no eliminarlos como proveedores de un día para otro sin tener previamente asegurado el suministro de la misma calidad, a mejor precio y disponible, antes de tomar semejante decisión. No se hizo. Primero se cortó a los proveedores y después se buscó a nuevos proveedores como si se tratara de papas fritas que se pueden encontrar en cualquier otro lado. Los resultados: el desabasto y la pésima calidad de medicamentos e insumos.

La lección aprendida aquí es que debe priorizarse la lucha anticorrupción como política pública eficaz, pero sin afectar la vida y la salud de la sociedad mexicana. El desabasto de medicamentos e insumos médicos ha sido la punta del iceberg del desaseo que existe y no, no son campañas de conservadores, se trata de personas de carne y hueso, muchos sin agenda partidista, que en la desesperación transitan caminos que en otras circunstancias no lo habrían hecho.

Segundo. La generalización contra todos los medios y periodistas, de entrada, llama la atención. Resulta inverosímil que todos y cada uno no encuentren las virtudes recurrentes del proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien –así lo creo– tiene las mejores intenciones cuando habla de reducir las brechas entre los más ricos y los más pobres, pero para esa tarea se ha rodeado de un número apreciable de colaboradores que no comparten esos afanes, no por lo menos en los mismos términos que el presidente de la República.

En algunos casos el pago de sobreprecios a proveedores ha aumentado; en otros simple y sencillamente no hay ese tipo de corrupción, pero tampoco las compras necesarias en diversas entidades y dependencias en tiempo y forma, lo que resulta a final de cuentas en otro tipo de corrupción, porque impide que el Estado cumpla con sus atribuciones adecuadamente.

Y de igual manera el claro divorcio entre el perfil mínimo de un cargo público con los ungidos en esas responsabilidades es otra forma de violar la Constitución y las leyes.

Tercero. La división de poderes, el tráfico de influencias y, por ende, la corrupción se ha sabido históricamente por trascendidos y ha estado fuertemente arraigada en las mediciones de percepción de la comunidad desde mucho tiempo atrás. Hoy esos dichos se han convertido en hechos para que no quede duda alguna, lo que encarece la defensa en ese terreno del nuevo gobierno. De ahí el silencio sepulcral. Ahí están los audios del fiscal general Alejandro Gertz Manero donde da cuenta sobre cómo utiliza las instituciones del Estado para asuntos personales, lo que en una democracia mínima hubiera tenido consecuencias inmediatas. Eso se robustece con los textos de Julio Scherer y Jorge Carrasco en el número reciente de Proceso, por si lo anterior no fuera suficiente. Hasta donde se sabe es la primera ocasión en el México contemporáneo que tienen lugar esas manifestaciones, donde el responsable del Ejecutivo Federal simple y sencillamente diga que no tiene vela en el entierro. Peor todavía, las declaraciones del presidente sobre el respeto a la separación de poderes, el jueves pasado en la mañanera, son una ofensa a la inteligencia de la sociedad.

Cuarto. Hasta ahora las respuestas del presidente de la República se habían quedado en palabras. Ello, por supuesto, no es el mejor mensaje, pero es menos lamentable que de las palabras se pase a la utilización de los aparatos de procuración de justicia en el ámbito federal y en los locales afines a Morena para el ajuste de cuentas contra los adversarios políticos… por ahora.

Qué ejemplo más claro de lo que afirmo que el caso de Veracruz, donde el gobernador Cuitláhuac García se ha quitado toda máscara para simular, al menos, que se respeta el estado de derecho. Ahí están los delitos de ultrajes a la autoridad rescatados de la ignominia de la peor cara del autoritarismo mexicano a pesar de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación los declaró inconstitucionales; la privación de la libertad de Yolli García Álvarez, expresidenta del Instituto Veracruzano de Acceso a la Información, paradójicamente por hacer cumplir la ley en la lógica del mundo al revés; y del secretario técnico de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, Juan Manuel del Río Virgen, detenido sin evidencias y únicamente por dichos de personas que fueron amenazadas para decir lo que afirmaron, según me cuenta uno de los abogados y de los testigos de cómo fueron obligados a decir lo que no les constaba. En suma, la ley de la tierra de nadie.

Con todo, hasta ahora no hay visos de que las cosas vayan a cambiar en un futuro próximo ni mediano. No sólo el estado de derecho se ha ido desvaneciendo, sino incluso las mínimas reglas de urbanidad. Hay que rescatarlos, por el bien de todos. 

@evillanuevamx

ernestovillanueva@hushmail.com

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