"Gloria" sin gloria

martes, 6 de enero de 2015 · 21:50
MÉXICO, D.F. (apro).- Grandes expectativas provocó el estreno nacional de la película Gloria, del cineasta suizo Christian Keller, cumpliéndose en buena medida lo esperado de esta “biopic histórica” con las actuaciones magistrales de Sofía Espinosa como una predecible Gloria Trevi y Marco Pérez en el papel de un soberbio Sergio Andrade, quien a mi parecer es quien roba la pantalla. Musicalmente, Gloria no está a la altura de lo que desearían ni el público ni los fans de tan popular cantante regia que conmocionó multitudes a finales del siglo pasado. Como si las canciones de la Trevi hubieran surgido casi por generación espontánea, al igual que los arreglos de un Andrade de talento quasi fantasmagórico, en mero ejercicio mecánico de baja creatividad. Se entiende, porque el film Gloria no contó con ningún supervisor musical. Las alabanzas hiperbólicas desgranadas por la prensa en torno a las virtudes de la cinta y su guión elaborado por Sabina Berman han minimizado al menos un par de fuentes sustanciales de primera mano: se trata de los libros escritos tanto por Gloria Trevi con su biografía de puño y letra, así como las Revelaciones de Sergio Andrade (Editorial Planeta. 217 páginas), “una inquietante colección de historias eróticas, poemas y un alegato contra el linchamiento”, escritas en la cárcel de Brasilia en julio del año 2002. La intención de neutralidad omnisciente por parte del director al mostrar una historia con supuesta objetividad, pero que en sí misma ya era sensacionalmente atractiva y gozaba de vasta documentación, sale sobrando con un afán extra de preservar la sobriedad del relato fresa por encima del fuerte erotismo de cada uno de los personajes involucrados en el tema. Más allá del romance, la pasión o la busca de amor verdadero, en Gloria no se enfatiza un aspecto fundamental de la relación entre la protagonista (Gloria Trevi) y el antagonista (Sergio Andrade): su vínculo aprendizaje/enseñanza o de alumna/maestro. Y este es el mero corazón que debiera permear cualquier libreto que se digne en respetar lo sucedido entre la mancuernota de Gloria Trevi y Sergio Andrade. Porque si ella era una chica provinciana que llegó a México no para ser universitaria sino “para partirse la madre” como ella misma afirmaba, él fue su mejor profesor de toda su vida y quien le abrió las puertas a la alta cultura por tratarse de un tipo muy culto, bastante leído y con amplios conocimientos de arte universal. Recordemos lo que escribe Andrade en “Una dura lluvia” (alusión a la rola A Hard’s Rain Gonna Fall, de Bob Dylan) en Revelaciones: “De hecho nuestra vida era muy tranquila. La gente se habría sorprendido si la hubiese conocido ‘desde dentro’. Salvo en el terreno sexual (y a decir verdad, también en lo sexual, considerando que eran prácticas privadas, íntimas, con mutuo consentimiento, que daban placer y no causaban daño a nadie), y contra todo lo que se diga y se haya dicho, nuestra vida era un ejemplo de normalidad, propiedad y buen comportamiento. “Nos dedicábamos a jugar y a hacer deporte, visitábamos museos, sitios turísticos, lugares históricos, iglesias, catedrales, estudiábamos, practicábamos música, leíamos y declamábamos poesía, cantábamos, bailábamos, hacíamos días de campo, hacíamos el amor (mucho), asistíamos a espectáculos (conciertos, circo, carnaval). “Platicábamos, jugábamos ajedrez y chinazo, andábamos en bicicleta, en lancha, hacíamos competencias, patinábamos, paseábamos en moto y cuatrimoto por las playas, y en jeep, organizábamos festejos, cocinábamos, hacíamos el quehacer, arreglábamos la casa, comíamos, pasábamos el tiempo tocando instrumentos, discutiendo, peleando y resolviendo nuestras diferencias (nuestros “problemas lógicos de pareja”) como cualquier grupo de personas, viajábamos, íbamos mucho al cine, a restaurantes y cafeterías, comíamos pasteles y helados, íbamos de compras, veíamos televisión y películas en video (de hecho hacíamos maratones de películas de video y no pornográficas, como se ha hecho creer). “Comíamos muchas pizzas, ensayábamos, montábamos números a voces, a capela como ‘El niño del tambor’, ‘The way you look tonight’, ‘Jingle bells’, ‘Santa Claus is coming to Town’, motetes de Orlando di Lassus, etcétera. Buscábamos casas para comprar o rentar, caminábamos, íbamos a la playa, nadábamos en albercas, íbamos a los mejores hoteles en cada lugar, desarrollábamos ejercicios, montábamos coreografías, comprábamos o inventábamos y tocábamos nuevos instrumentos.” Un ejemplo de cómo el guión desperdicia oro puro ocurre cuando Andrade y la Trevi cenan con el director de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego. Ese encuentro es narrado por ella en su biografía con pelos y señales; pero en la película el suceso es mutilado y se cuenta a medios chiles. ¿Censura, puerilidad, recato disfrazado? Para entretener a los adolescentes en la película, el cineasta añade un cambalache de candor visual por escatología kitsch, llenando excusados con pintura colorada a fin de eludir cachonderías. Las pocas veces que me reuní con Sergio Andrade fueron gracias a la mediación de nuestro amigo cineasta Sergio García, director de Nuestro ángel de la guarda sobre ella (www.proceso.com.mx/?p=168691). Siempre comprobé los tremendos conocimientos musicales del representante de la Trevi, sus amplios intereses literarios y la enorme cultura del personaje. Bien, todo ello resulta más que opaco en Gloria, lo cual convirtió las grandes expectativas que había motivado el estreno de la película, en grandes decepciones. Sobre todo, musicales. Personalmente, me interesé por Gloria Trevi en 1992 cuando me hallaba en tierras tamaulipecas organizando el homenaje al rockero rupestre Rockdrigo González a ocho años de su fallecimiento, y estando hospedado en un hotel de Ciudad Victoria la vi salir por televisión afirmando que ella deseaba ser “presidenta de la república”. Al poco tiempo la entrevisté y justo al momento cuando me encontraba cuestionándola acerca de sus influencias musicales, sus cineastas predilectos, los pintores de su preferencia, Gloria se desinfló y me suplicó: –Por favor, apaga tu grabadora… “Te voy a pedir un gran favor, Roberto Ponce. Quiero que me eches la mano, ayúdame a cuidar mi imagen con mis fans. Yo no sé nada de lo que me estás preguntando. No he leído poesía, no sé quién es Octavio Paz, no voy a los museos ni oigo música clásica. En pintores ando con puras erres, y no me refiero a Rubens, Rembrandt o Rafael, sino que ando regular, apenas y conozco de pintura. Ora sí, enciende la grabadora, gracias. “Yo no vine al De Efe para estudiar, sino para romperme la madre, a romperme la madre y a romperme la madre.” Gloria Trevi merecía más gloria en la cinta Gloria y muchas menos escenas descafeinadas. Quizá la mejor película sobre ella debería filmarla el propio Sergio Andrade. ¿Por qué no?

Comentarios