El caso Zapata y el poder de la imagen en la mercadotecnia museística
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- No es la primera vez que el Museo del Palacio de Bellas Artes (MPBA), bajo la dirección de Miguel Fernández Félix, recurre a estrategias de publicidad sensacionalista. Ya lo hizo en 2015 con las exhibiciones Leonardo Da Vinci y la idea de la belleza y Miguel Ángel Buonarroti. Un artista entre dos mundos. Ahora repite la fórmula mercadológica con Emiliano. Zapata después de Zapata, que se inauguró el pasado 27 de noviembre.
Una muestra integrada por numerosas interpretaciones de la imagen del líder revolucionario que, a través de obras de artistas muy relevantes, como María Izquierdo, Diego Rivera, Siqueiros, González Camarena, Alberto Gironella, Arnold Belkin y Julio Galán, entre muchos otros, recorren la construcción del héroe y sus distintos usos sociales. Sin embargo, a pesar de la diversidad creativa y gracias al cartel publicitario que difundió en redes la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, la exhibición se ha reducido, en la opinión pública, a una sola obra de provocativo contenido sexual e histórico del pintor Fabián Cháirez. Y si bien la acción de Frausto ha sido un éxito mercadológico, logrando que el artista y la muestra resuenen en medios y redes, también ha descontextualizado y banalizado el sentido que tiene la pieza en la narrativa curatorial.
Nacido en Chiapas en 1987, Cháirez ha desarrollado una poética homoerótica que se basa en la interpretación en cuerpos masculinos, de actitudes corporales típicas de representaciones artísticas o populares de la sexualidad y el erotismo femenino. Convencido de que ser moreno y femenino en el contexto homosexual provoca la segregación, su intención artística se vincula con un planteamiento crítico que, a través de la irreverencia y el humor, altera estereotipos de la imagen del macho en la cultura visual.
Vinculado creativamente con las estéticas postmodernas apropiacionistas y kitsch que tanto gustaron en la pasada década de los ochenta, Cháirez produce imágenes de referencias reconocibles que remiten a rasgos iconográficos –como el bigote y el sombrero de Zapata–, la corporeidad de las pin-up, y estéticas propias del art-nouveau o de los calendarios y cromos publicitarios mexicanistas de los años cincuenta.
La pintura que provocó tanto la polémica en redes por sugerir la homosexualidad del héroe, como el violento descontento de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA) en el interior del Palacio de Bellas Artes –entre gritos y golpes exigieron el pasado día 10 que la pieza se retirara por ofender la imagen del caudillo–, es una imagen exitosa que Cháirez ha reproducido varias veces. Realizada en 2014 en pequeño formato y como mural tanto en la exposición antológica que tuvo en la Galería José María Velasco del Instituto Nacional de Bellas Artes en 2015, como en el bar Marrakech Salón en la Ciudad de México, la imagen denominada La Revolución es una representación ambigua que, como muchas poéticas postmodernas-pastiche, logran alevosamente que el espectador interprete la pieza pensando que, aquello que mira, es lo que quiso expresar el artista.