Estro Armónico

El cremasco que musicalizó a González Bocanegra

Sus primeras nociones de música las recibió, a muy temprana edad, de su padre, un clarinetista de mérito. Enamorado del violín, se imaginó como uno de sus más fieles aprendices, pero a la hora de solicitar su ingreso al Conservatorio de Milán, el destino tuvo la última palabra.
domingo, 2 de enero de 2022 · 12:31

A Víctor Barrera, atinado director del CENIDIM

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Este 22 de diciembre se celebró el bicentenario del natalicio del genial músico Giovanni Bottesini (1821-1889), recordado, sobre todo, por haber hecho de un instrumento tan “ingrato” como el contrabajo –más bien un “obstáculo”, según Patrick Süskind–, un objeto con tantas posibilidades expresivas como sus familiares el violonchelo y el violín. Precisamente por ese virtuosismo instrumental, hasta entonces desconocido, llegó a mentársele como el “Paganini del contrabajo”. Mas lo interesante para nosotros, amén de su apasionante vida, es que vivió una temporada en México, siendo protagonista de relevantes hechos históricos ligados a la espinosa edificación del país. Anotemos pues, a modo de introito, lo básico de su biografía antes de narrar sus ácidas aventuras mexicanas.

Vio la luz en la pequeña ciudad de Crema, una hermosa gemela de Cremona en la región lombarda de Italia. Sus primeras nociones de música las recibió, a muy temprana edad, de su padre, un clarinetista de mérito. Enamorado del violín, se imaginó como uno de sus más fieles aprendices, pero a la hora de solicitar su ingreso al Conservatorio de Milán, el destino tuvo la última palabra. Las clases de violín estaban saturadas y sólo había vacantes para dos instrumentos “insulsos y oscuros”, como se pensaba entonces: El fagot y el contrabajo. No obstante, sin mayor emoción de por medio, Giovanni preparó su audición obteniendo, para sorpresa de todos, una beca. En muy poco tiempo destacó y sus maestros entrevieron para él una carrera descomunal. Y, efectivamente, al concluir sus estudios formales se presentó en un concurso que ganó con ancho margen de ventaja sobre violinistas, violistas y chelistas. El jugoso premio le sirvió para comprarse un espléndido contrabajo de Carlo Antonio Testore de 1716 que estaba arrumbado, desde hacía años, en la bodega de un teatro de marionetas milanés.

Así pues, con su Testore de tres cuerdas a cuestas más las interminables horas de estudio para dominar las grandes distancias que demanda la técnica del contrabajo, Botte­sini se embarcó en una fulgurante carrera que demudó a los escuchas de incontables latitudes. Su primera gira tuvo como destino La Habana, cuyo prestigioso Teatro de Tacón requería en continuación compañías de ópera italianas. Ahí, en el realismo mágico de la isla caribeña, empezó a distinguirse por sus actuaciones durante los intermedios de las óperas, en los cuales se ejecutaba al contrabajo fantasías o variaciones de los temas más en boga del repertorio canoro. Vinieron después presentaciones como solista ante las cortes de la reina Victoria, el zar Alejandro II de Rusia y Napoleón III. Su primera visita a los Estados Unidos ocurrió en 1847, al tiempo de la invasión a México de la que resultaría la pérdida, como ya sabemos, de 52% del territorio nacional.

Con respecto a los puestos de relieve que desempeñó a lo largo de su trashumante existencia, son de anotar las direcciones artísticas del Covent Garden de Londres, del Théâtre des Italiens de París, del Teatro Massimo de Palermo y la de director vitalicio del Conservatorio de Parma. Esta última sucedió por recomendación de su amigo Giuseppe Verdi, quien también lo eligió, en 1871, para sustituirlo en el estreno de su Aida durante la inauguración, en El Cairo, del Canal de Suez.

Asimismo, Bottesini fue un prolífico compositor en cuyo corpus musical destacan dos conciertos para contrabajo, obras concertantes para diversas formaciones de cámara y las óperas Cristoforo Colombo, L’Assedio di Firenze, Il Diavolo della Notte, Vinciguerra, Alì Babà, y Ero e Leandro. Su canto del cisne fue el oratorio L´orto degli olivi, compuesto dos años antes de su muerte.

Tocante a su estancia en el Méjico del primer presidente López de la historia –nos referimos, obviamente al vicioso y rapaz jalapeño López de Santa Anna–, lo primero por asentar es que derivó de su éxito en el teatro habanero, donde sus fenomenales ejecuciones llegaron a oídos de René Massón, empresario designado por Su Alteza Serenísima para la gestión de su teatro (el Gran Teatro de Santa Anna ostentaba su nombre en letras de oro sobre la fachada. Luego se llamó Teatro Imperial y al final Teatro Nacional. Fue destruido por orden de Porfirio Díaz, ya que le estorbaba para ampliar la calle 5 de Mayo).

Masson empezó a negociar la contratación de Bottesini desde 1849, publicando en la prensa los avatares que la retardaban, mas el círculo se cerró cinco años después, cuando López, de regreso al país de su exilio en Colombia y para apoderarse de la Presidencia por undécima ocasión, se detuvo en La Habana. Ahí, en la hermosa capital cubana, pensó que era una medida inteligente invitarlo personalmente, junto al catalán Jaime Nunó –a la sazón residente en Cuba como inspector de bandas militares–, para hacerlo parte de su nuevo gobierno. Desde luego, S.A.S. prometió sueldos a la altura.

Bottesini dejó Cuba en marzo de 1854, ofreció unos conciertos en Nueva Orleáns y desem­barcó en Veracruz en abril. Su debut en la Ciudad de Méjico, ya en mayo, fue apoteósico. Un crítico reseñó: “Bottesini nos hizo oír un instrumento del que jamás creímos que la mano del hombre pudiera sacar notas tan dulces y caprichosas. Se ha comparado hasta el fastidio su contrabajo a una espantosa fiera y el artista a un domador imperturbable, ¿por qué no se nos disimularía que comparásemos este contrabajo a la roca herida por la vara mágica de Moisés? Semejantes al manantial de agua cristalina que volvió la vida al corazón de los hebreos, las notas arrancadas al ingrato instrumento por la magia del arte vuelven el entusiasmo y la juventud al corazón de los oyentes”.

En concomitancia con su ansiado debut, estaba en el aire la elección de la música del himno patrio, cuyos versos de Francisco González Bocanegra habían resultado vencedores del concurso promovido por el supremo gobierno desde noviembre de 1853, siendo natural que Bottesini asumiera que era el único en quien debía recaer la honrosa musicalización y que su partitura, por ende, no debiera concursar, pues ¿qué músico aborigen podía sobrepasarlo a él, una eminencia artística venerada en los mejores teatros del mundo? Además, ¿no era indicativo que, en el plazo de un mes concedido a los concursantes, cerrado desde el 3 marzo, no se hubiera emitido veredicto?

Así, en unas cuantas semanas tuvo lista la música patriótica, y el 17 de mayo la estrenó en el Gran Teatro del “Héroe de Zempoala”. Como parte del programa, su “Himno Nacional” estuvo flanqueado por obras de Verdi, Bellini, Donizetti e Il Carnavale di Venezia, una electrizante serie suya de variaciones para contrabajo y orquesta(1) donde se lució en aras de que nadie tuviera dudas de que era un coloso. Por obvias razones, la función de gala estuvo dedicada a S.A.S., a quien le dio flojera a último momento, mandando a su esposa para que lo representara (López sí había comparecido en la Plaza de Armas para deleitarse con un espectáculo de pirotecnia que precedía a la función). Sospechosamente, la cooptada prensa capitalina no manifestó ninguna opinión con respecto al magno acontecimiento musical, saliendo del paso con una crónica anodina.

Antes de mencionar la turbia resultante del himno, es de decir que también a Bottesini se le solicitó que presidiera una comisión para elegir al director del Conservatorio Nacional que el autócrata quería fundar. Hubo varios candidatos –Nunó, Gómez, Caballero y el francés Laugier–, de los cuales el eminente José Antonio Gómez fue el vencedor; empero, a López no le gustó la decisión y ordenó rectificarla. De ello resultó un nombramiento bicéfalo entre Gómez y Nunó, un protegido del tirano por considerarlo un miembro incondicional de su milicia. Mas todo esto, con la consecuente decepción del contrabajista, se iría por la borda debido a la inestabilidad que provocaba la Revolución de Ayutla, la cual traería la renuncia, en 1855, de López.

Se designó, finalmente, a los miembros del jurado –León, Balderas y, de nuevo, Gómez– que habrían de dictaminar la partitura vencedora del himno. Hubo 11 propuestas inscritas con retraso. Como muestra de humildad, Bottesini inscribió la suya ya que, dada la ausencia del caudillo a la hora de su estreno, era inválida.

El 10 de agosto el jurado sentenció que el Canto Nacional vencedor era el del capitán Nunó… y el 15 de septiembre avino su estreno en el Gran Teatro de Santa Anna, con la compañía de ópera de Bottesini y puros cantantes italianos para entonarlo… Quizá el inmortal contrabajista, conocedor para entonces de las marrullerías de los gobernantes mexicanos, se preguntó: ¿hubo una “mano negra” que amenazara con el disgusto del opresor si no ganaba su protegido? No lo sabremos nunca, mas los rumores sobre la opacidad del asunto perviven. Como quiera que sea, la música del cremasco está en el nicho de gloria que le corresponde… ¿Y la de Nunó, aparte del himno? l

(1) Escúchese en la siguiente liga: https://www.youtube.com/watch?v=KiFFimIXlvg

Opinión publicada el 26 de diciembre en la edición 2356 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

Comentarios