Feminismo

Un deseo feminista para 2022

El pluralismo acarrea conflictos para los cuales no hay una solución a la que se pueda acceder desde el plano de lo exclusivamente racional, y eso ocurre también con los conflictos derivados de la pluralidad de visiones dentro del feminismo.
martes, 4 de enero de 2022 · 18:55

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–Uno de mis deseos para este 2022 es que los distintos feminismos (personas, colectivas y grupos) que conformamos el movimiento logremos articularnos políticamente en torno a una demanda. ¿Cuál sería ésta? No lo sé, pues debería surgir de un proceso de deliberación que hay que llevar a cabo. Pero antes de definir cuál sería una demanda capaz de unir la diversidad, quiero compartirles ciertas reflexiones que tal vez sirvan para sentar las bases de una posible articulación.

El pluralismo acarrea conflictos para los cuales no hay una solución a la que se pueda acceder desde el plano de lo exclusivamente racional, y eso ocurre también con los conflictos derivados de la pluralidad de visiones dentro del feminismo. Son varios los autores que plantean que resulta imposible comprender la política democrática sin reconocer a las “pasiones” como su fuerza motriz. Sí, las emociones circulan y las emociones negativas también lo hacen y entorpecen la posibilidad de construir alianzas.

Una voluntad amplia para impulsar una coalición o frente requiere no sólo definir esa demanda, sino desarrollar capacidades políticas como dialogar, deliberar y pactar. Esto implica erradicar actitudes como la “razón arrogante”, que el filósofo uruguayo Carlos Pereda definió como un mecanismo para separarse y separar, para defender jerarquías que se consideran indiscutibles. La “razón arrogante” es una forma de sectarismo, y las sectas tienen lo que Pereda denomina sus “blindajes teóricos”. Sin embargo, lo alentador es que esta actitud se puede modificar con autocrítica e interlocución, algo que cada una de nosotras puede hacer desde hoy y sin mayores requerimientos que la voluntad de despojarnos de la “razón arrogante” que ha nutrido durante ya demasiados años muchos de los encontronazos y desaires entre feministas.  

Abandonar la “razón arrogante” facilitaría un proceso de construcción de una especie de frente amplio para impulsar la demanda que surja luego de sostener una deliberación cuidadosa entre las distintas posiciones. Aquí quisiera traer a cuento un señalamiento que hace la politóloga estadunidense Wendy Brown, quien nos dice a las feministas que debemos de ser precavidas pues nuestro proyecto político, por muy bienintencionado que sea, puede volver a trazar, sin darnos cuenta, las mismas configuraciones y efectos de poder que pretendemos derrotar. Entre las precauciones que ella señala está la de comprender que no es posible una comunicación no distorsionada y no contaminada por el poder; es más, ella ni siquiera cree en la posibilidad de un “lenguaje común”. Por ello nos insta a reconocer como una condición política permanente “una parcialidad en la comprensión y en la expresión, que produce unos abismos cuya naturaleza puede ser identificada con atención, pero que rara vez es solucionable”.

Tal vez tomando esos señalamientos, tal vez aprendiendo a deliberar políticamente las diversas posturas feministas lograremos comunicarnos con el fin de desarrollar una estrategia compartida. Para ello hay otro elemento a considerar: dejar de vernos como enemigas. En ese sentido vale la pena recordar la distinción que hace Chantal Mouffe entre el antagonismo (una lucha entre enemigos) y el agonismo (una lucha entre adversarios). La categoría central de la política democrática es la categoría del “adversario”, pues se trata de un oponente con quien se comparte una lealtad común hacia los principios democráticos de “libertad e igualdad para todos”, aunque se discrepe en lo relativo a su interpretación. Las feministas que piensan y actúan de formas diferentes de “nosotras” no son enemigas, son adversarias. Hay que ser cuidadosas, como señala Brown, quien nos sugiere a las feministas que seamos precavidas, pues corremos el riesgo de desfigurar nuestro discurso político con “recriminaciones paralizantes y resentimientos tóxicos que se presentan como crítica radical”. 

En la dirección de deliberar para hacer una alianza política, respetando nuestras diferencias, pero reconociendo algo en lo que podemos coincidir, creo importante recordar otro señalamiento de Brown. Ella alude a esa actitud de tomar nuestra convicción como principio, como la verdad, pues eso imposibilita el diálogo. Por ello, Brown plantea que la pregunta política que nos tenemos que hacer no es “¿En qué crees?”, sino “¿Qué hay que hacer, dado un cierto conjunto de valores políticos, dado un determinado grupo de esperanzas y fines, y dependiendo de quienes somos, y donde estamos ubicados en la historia y en la cultura?”.

En ese sentido no basta asumirnos “feministas”. Es necesario, y muy difícil, construir un proceso así, y a muchos grupos políticos les ha costado años sentarse con sus adversarios y empezar a dialogar. 

Entonces, ¿qué es lo que deseo que podamos hacer? Sin duda, desarrollar una articulación política intragrupal en el amplio y diverso movimiento feminista requiere sentarnos juntas a intentar definir alguna acción concertada dirigida a contribuir a avanzar la emancipación ­anhelada. Ojalá muchas nos interesemos en abrirnos a escuchar y a arriesgarnos a coincidir. Por lo pronto también deseo un año lleno de salud, energía y reflexiones críticas para todas.  

Opinión publicada en la edición 2357 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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