Jorge F. Hernández

Autor de "Cochabamba", Jorge F. Hernández salva la librería más antigua de Madrid

La pandemia estuvo a punto de convertirla en pizzería. Construida tras la Segunda Guerra Mundial en el madrileño Barrio de Salamanca, la Librería Pérgamo se precia de ser la más antigua de la capital ibérica y está en pie gracias al ímpetu amoroso del novelista guanajuatense Jorge F. Hernández.
domingo, 23 de abril de 2023 · 14:26

La pandemia estuvo a punto de convertirla en pizzería. Construida tras la Segunda Guerra Mundial en el madrileño Barrio de Salamanca, la Librería Pérgamo se precia de ser la más antigua de la capital ibérica y está en pie gracias al ímpetu amoroso del novelista guanajuatense Jorge F. Hernández. Quien fuera ahí agregado cultural narra el rescate, así como la génesis de la nueva novela que Alfaguara le publica: Cochabamba.

MADRID (Proceso).– La Librería Pérgamo, la más antigua de Madrid, no tiene el nivel de ventas que Amazon; pero lo que no posee el gigante multinacional y de lo que sí puede presumir este recinto de barrio es que construye comunidad.

El perfil de la clientela son personas adultas que en su edad infantil compraban allí sus lecturas escolares, mexicanos “que vienen a celebrar la lectura por placer”, y los vecinos del lugar quienes llegan a comprar libros y terminan armando animadas tertulias, hablando de autores y más volúmenes.

Entrar en este espacio del barrio de Salamanca, inaugurado en 1946 y que fuera un reducto natural de la persecución a la cultura impuesta por la dictadura franquista, aún transporta a esa época; sin embargo, ahora sus estantes se hallan repletos de novelas, cuentos, poesía, ejemplares de historia, crónica periodística, con autores que van de Mariana Enríquez o Fernanda Melchor a Kafka, Marcel Proust, Stefan Zweig, Juan Rulfo, Elena Garro o Antonio Muñoz Molina.

“Pérgamo estaba destinada a convertirse en una pizzería. Ya se había anunciado el cierre de la librería para enero de 2022, porque las propietarias hijas del fundador se jubilaban y no tenían quién se hiciera cargo del negocio”, relata el narrador guanajuatense Jorge F. Hernández.

Aunque muestra orgullo de esta etapa de librero, el escritor mexicano afincado en Madrid sigue publicando, y acaba de aparecer en Alfaguara su más reciente novela, Cochabamba, “que trata sobre Catalina, la madre de un desconocido, que me atrapó al relatarme durante setenta y dos horas la historia de esta mujer maravillosa”.

Eso fue hace 20 años –recuerda-- “y desde entonces ese desconocido y yo nos volvimos amigos”.

Mientras el prosista habla con el corresponsal de Proceso, su hijo Santi --dedicado a la música-- charla con una lectora sobre cierta zaga de novela negra que la mujer quiere comprar, si bien salen a relucir más autores y libros del género. Otro habitual en la librería es Pablo Cerezo, un estudiante de maestría de 23 años, lector ávido que hizo mancuerna con el escritor en esta aventura de libreros, y quien dice que es “muy divertido recibir los pedidos de libros, pero a veces es frustrante porque uno quisiera leer todo lo que nos llega”.

Mexicanos al rescate

Podría ser una comedia de enredos o bien una cadena de hechos afortunados lo que le ha dado una nueva oportunidad de continuidad a esta librería. En diciembre de 2021 aparecieron algunos titulares en la prensa anunciando el inminente cierre de la librería, y en la fachada habían instalado el anuncio de “liquidación” de sus existencias.

La Librería Pérgamo fue abierta en 1946 por Raúl Serrano Vázquez, catedrático de Derecho represaliado por la dictadura de Francisco Franco pues fundó la Juventud Comunista de Aragón, siendo apartado de la cátedra. Orillado a buscar otras formas de subsistir, consiguió montar la librería, y poco a poco hacerla una referencia en el barrio de Salamanca, donde consiguió su domicilio definitivo, en calle del General Oraá número 24, casi esquina con Lagasca.

“Raúl Serrano estaba bastante señalado por la dictadura y llegó a ser represaliado, multado por vender el Diccionario Filosófico de Voltaire, que estaba prohibido en tiempos de Franco”, relata Hernández.

Sin embargo, un día de enero de 2022 un empresario gallego-mexicano, quien de niño compraba en Pérgamo sus primeras novelas y libros escolares, se acercó a las hijas del fallecido fundador, quienes habían tomado el relevo del negocio. Las dos mujeres deseaban jubilarse y el comercio electrónico había hecho mucho daño en sus ventas.

El empresario, sólo identificado como “J. J.” (prefiere dejar el protagonismo a la librería y a Jorge F. Hernández), les propuso a las propietarias rentarles el local con el compromiso de mantener el negocio, y que no cambiara de giro. Las dos partes pactaron.

“Fue el 5 de enero de 2022 cuando se llegó a un acuerdo con las propietarias, fue un regalo de Día de Reyes para las señoras Serrano, que al día siguiente cerraban la librería”, relata Hernández. Luego, J. J. buscó al escritor guanajuatense en Madrid y le propuso hacerse cargo del negocio.

“Yo estaba desempleado --declara sonriente el autor de Un bosque flotante, refiriéndose a las fechas posteriores a su ruidosa salida del Instituto de Cultura de México en Madrid, en agosto de 2021--. El empresario me buscó sin conocerme, consiguió mi teléfono a través de un primo de Guanajuato y me dijo que había alquilado Pérgamo.

“Entonces, me propuso ser librero. Yo le contesté que soy escritor, pero antes que escritor soy lector y me debo a muchos libreros a lo largo de mi vida. Cuando me fui (de la burocracia mexicana) amenacé con dedicarme a leer. Y aquí estoy”.

Recuerda que en esas fechas ofreció una conferencia en la Universidad Complutense sobre literatura e historia latinoamericana. Uno de los asistentes era el estudiante Pablo Cerezo, quien al final se interesó y le formuló preguntas. Dos semanas después, volvieron a coincidir en una cafetería y surgió “una amistad a primera vista”. Así, Pablo se integró a la aventura de convertirse también en librero.

El “infierno” para los niños

Luego de obras de reacondicionamiento, reabrieron formalmente el 1 de septiembre de 2022, y lo primero fue descubrir “la fidelidad del barrio”, porque volvieron a cruzar la puerta, ya adultos, muchos de los exalumnos de los colegios Ramiro de Maeztu (donde estudió el presidente del gobierno, Pedro Sánchez) y el Colegio Estudio, pues allí adquirían sus libros y sus libros de texto.

“Estos dos colegios, toda proporción guardada, fueron el exilio interior en tiempos de la dictadura franquista. Es como si tuvieras el Colegio Madrid de México en pleno barrio de Salamanca, en la mera capital de España”, describe Jorge F. Hernández, mientras muestra un “rosario fosforescente” que recién le regaló la Madre Superiora de un convento cercano; se lo dio como regalo de su cumpleaños 60 dentro de un sobre en el que se lee:

A don Jorge, felicidades en tu cumple, ¡para que el buen Dios te bendiga!

“Yo no le dije que cumplía años, me gustaría pensar que es un milagro, pero seguramente preguntó…”, adivina, socarrón; pero el hecho de que los dos colegios cercanos fueran una suerte de reducto de republicanos, y el propietario de la librería fuera un represaliado por el franquismo, le brindó otro cariz a la librería.

“Esta parte de atrás, donde ahora albergamos literatura infantil y juvenil (señala al fondo del local), era conocido durante la dictadura como `el infierno´ en todas las librerías de España. En ‘el infierno’ no entraba el público; pero ahí el librero guardaba los libros prohibidos de la dictadura, entre ellos muchos del mexicano Fondo de Cultura Económica (FCE), para no mencionar El capital de Carlos Marx”.

Ahora ya han abierto “el infierno” para los niños y para los jóvenes, dice el autor de La emperatriz de Lavapiés.

Pérgamo, además, fue elegida para que les lleguen las obras que participan en la Bienal de novela Mario Vargas Llosa, que suman alrededor de 5 mil tomos. Es un premio a novela publicada, “que no manuscritos y sí, estamos conscientes de que es políticamente incorrecto mencionar el nombre de Mario Vargas Llosa por sus polémicas opiniones políticas, pero nosotros somos demócratas, somos liberales, y por ende plurales”, ataja.

Fotografías de antaño muestran la librería con un mostrador donde la gente solicitaba sus volúmenes, aunque en esta nueva etapa colocaron ruedas a los mostradores y abrieron el espacio, para que haya libre tránsito de los compradores. Lo hicieron asimismo porque han iniciado la presentación de novedades, firma de libros y talleres de escritura, “es un punto de encuentro con mucha gente que comparte una pasión, ésta crece cuando la compartes y al hablar de libros, se arman tertulias espontáneas”, afirma Pablo.

Aparte, Hernández sostiene que “hemos triunfado con la fórmula de vender lo que nos gusta y si no, pues lo pedimos. La librería se ha vuelto un relicario muy socorrido. Pero también porque hacemos presentación de libros, como la nueva biografía de Alfonso XII; un libro sobre Benjamín Constant, uno sobre García Márquez (El camino a la Gloria) que en Estados Unidos ya tiene grandes ventas y está a punto de presentarse en español. Y una conferencia de Marcel Proust que dio mi hijo Santi”.

Además, iniciaron un círculo de lectura con jóvenes escritores del Café Universal del Ateneo, en pos de dinamizar el contacto de la librería con las nuevas plumas (“comenzamos con una escritora joven que se llama Luna Miguel”). En la librería también está implicado Sebastián junto a su hermano Santi, integrantes ambos del grupo de música Zuaraz. También acude Abel Quezada Pesqueira, nieto del monero Abel Quezada (“aprendiendo el oficio de librero”). El escritor relata encuentros con clientes que tienen historias fabulosas:

“Con frecuencia viene a ver libros un portugués experto en literatura rusa del siglo XIX. Y en una conversación con Pablo y con Santi, le preguntamos si conocía libros o autores rusos actuales. Luego nos pusimos a hablar del escritor Fernando Pessoa y en algún momento nos dijo: ‘En mi familia no gustaba mucho Pessoa”. Le preguntamos por qué no, y contestó: “Porque bebía mucho”. Tiempo después les confió que sabía tales detalles porque, confesó, “soy nieto de Ofelia (Queiroz), la musa de Pessoa, a la que dedicó numerosos poemas y textos”. Y suma:

“Como verás, nosotros no podemos competir con la comodidad de Amazon, ni con su distribución, aunque el precio de los libros es el mismo. Pero lo que no tienen ellos y sí tiene esta librería, es la conversación, la cercanía con los compradores como grandes lectores que son. Incluso, nos recomiendan títulos. Otros vienen como en una clínica, a ver qué les recetamos para la tristeza o para el amor, para la esperanza, pidiendo libros como medicamentos. Y nosotros les recetamos”.

La amante boliviana de Camus

Jorge F. Hernández sostiene que luego de su despido como agregado de cultura de la embajada de México en España, “caí en cuenta que lejos de ser un descalabro, fue el pretexto para poner en papel una historia que yo narraba verbalmente desde hacía casi 20 años. Me tardé unos meses, la mandé a un concurso y no le fue bien; pero me ofrecieron publicarla y salió ahora que cumplo 60, mientras compagino mi tarea de librero.

“Estoy presentando Cochabamba con una portada de Joy Laville --la pintora inglesa nacionalizada mexicana quien fue pareja del también escritor Jorge Ibargüengoitia—. Yo me siento muy honrado porque es la primera vez que ella hacía una portada para otro Jorge, fue muy cariñosa conmigo los últimos seis años de su vida. Y la vida de amor que vivieron Joy y Jorge honra a Cochabamba”. Recuerda que el próximo Festival Internacional Cervantino congregará la obra de Laville y la exposición de las máquinas de escribir de Ibergüengoitia, “donde estaremos Pérgamo y yo”. Prosigue:

“Cochabamba la convertí en una novela; pero es una historia que yo venía narrando desde hace 20 años en la Universidad de Carolina del Norte o en Argentina. Es la historia de Catalina, una mujer bellísima de Bolivia, en la que se entremezcla la Segunda Guerra Mundial, la época a-go-gó, la minifalda; pero también la música de Edith Piaf”.

Jorge F. Hernández relata que en el año 2000, un amigo francés le pidió que en una corrida de toros en la Plaza México fuera el guía para Xavier Dupont, entonces agregado cultural de Francia en La Habana, en ese entonces “un desconocido” para el escritor. Tras el sexto de la tarde lo acompañó a su hotel, cerca de Plaza Universidad, y alargaron la conversación sobre literatura.

“Al mes Xavier regresó a México, me buscó y me citó. Yo acudí y me dijo: `Hablé con mis hermanos y con mi mamá, y queremos que escribas la vida de ella´. Yo le expliqué que mi técnica de trabajo no era por encargo, me puse un poco sangrón; pero me pidió escucharlo y nos fuimos a cenar. Me enseñó una foto de la señora, que era una mujer bellísima. Al terminar la cena, le dije: ‘Le entro’. La sobremesa se prolongó 72 horas y yo llené cinco libretas completas con apuntes de lo que él me iba relatando. Es decir, Cochabamba es una historia fascinante que me regaló un hombre al que yo no conocía”.

La señora nació en Cochabamba, su papá era un hombre autoritario que pertenecía al patriarcado más opresivo, el de blanco y negro, que solo tardó un día en enviar a su hija a París cuando se enteró que a ella le gustaba un obrero boliviano, un hombre de otra clase social. En París, la mujer se convirtió en amante de Albert Camus, Nobel de Literatura. Luego sostuvo un romance idílico con el papá de Xavier; el novio era de la nobleza y a su boda acudió todo el jet set parisino, “como Coco Chanel y otros”, evoca:

“Caí en la cuenta que la novela es la celebración de una amistad de un desconocido que le regala a un novelista su historia y terminan siendo amigos hasta la fecha”.

--¿Por qué entonces narró esta historia durante tantos años y hasta hace poco decidió escribirla? –se le pregunta.

--La hice oral porque no tenía idea de cómo empezarla y quería primero conocer a la señora. Cuando en una oportunidad fui a París, ella estaba en otra provincia francesa y… nunca logré conocerla ni verla en persona.

“La novela también está dedicada a Gabo y a (su esposa) Mercedes, porque fue a la primera pareja a la que le conté Cochabamba, me parece que es una novela a la sombra de El amor en los tiempos del cólera. Gabo me dijo que dejara madurar el relato y cuando lo narrara sin nuevos quiebres narrativos y que fuera igual una y otra vez, la escribiera. Lo cierto es que cuando la narraba, me tardaba una hora y diez minutos, aproximadamente, porque yo temía aburrir al auditorio con demasiados detalles sobre una mujer que empezó a hablar el español con acento francés.

“Cuando Xavier terminó de contarme la historia de su madre, me dijo: ‘Ahí está toda la historia, ahora ella es una feliz anciana en París y está a la espera de que cumplas tu palabra’, o sea, a que escribiera su vida. Me tardé mucho, ella murió antes, pero sí sabía que yo narraba la historia; lo que no supo es que se iba a convertir en una novela corta…”

Concluye:

“Xavier se jubiló y sigue viviendo en Cuba, él leyó el original pero ya está a la espera que yo le entregue su ejemplar cuando llegue a Pérgamo”.  

Reportaje publicado el 16 de abril en la edición 2424 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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